El acompañamiento espiritual en las prisiones

El denominador común de la mayoría de presos es, en última instancia, ser una persona con problemas. Problemas graves y muy graves en su estructura humana, que los han llevado a salir del ordenamiento equilibrado de la convivencia social, si no es que, en muchos casos, ya no han entrado nunca.
- Personas que no han completado la escolaridad básica.
- Personas que por temas particulares, han perdido partes sustanciales de su educación personal y humana básica.
- Personas que tienen una formación que ha quedado desfasada respecto al nivel considerado básico y obligatorio.
- Personas que por razones de un cambio laboral, migratorio o social, se encuentran en una nueva situación que los exige un esfuerzo formativo (no conocen las lenguas de nuestro país).
- Diversidad étnica, cultural, religiosa y lingüística.
- Diversidad de modelos familiares de referencia, y cambios en las relaciones familiares por la estancia a prisión.
- En la mayoría de casos baja autoestima, y carencias afectivas.
- Procedencia social de entornos con un nivel económico bajo, y a menudo con riesgo de exclusión social.
- Conocimiento minoritario o nulo del catalán.
A pesar de todo, sabemos que hay internos en las prisiones que salen de todos estos esquemas. Últimamente tenemos unos cuántos ejemplos.
Por las características que presenta, un preso es un pobre. No solo económicamente, sino pobre por el subdesarrollo de las posibilidades de realización como persona, o por el desenfoque de estas.
El preso, como todos nosotros, tiene su vida para vivirla llena y libre, con la dignidad de hijo de Dios. Es una persona que sueña, que aprecia, que sufre, que tiene un pasado único e irrepetible, que mira la futura libertad con tonos de sueño, porque el que objetivamente le espera es más bien angustioso.
El preso, como toda persona de carne y hueso, tiene una gran necesidad de comunicarse, de hablar, de expresar sus sentimientos, su debilidad, sus perspectivas; en una palabra: de ser escuchado.
El acompañamiento muchas veces es simplemente hacerse próximo, estar al lado, escuchar, es un gesto simple que ayuda a la salud mental, y el equilibrio psicológico de la persona en concreto. En determinados casos, siempre que la persona lo desee, se puede ir más allá y entrar en su vida interior, rogar juntos, resolver algunas incógnitas o confusiones que tiene respecto a la religión, a Dios, en la iglesia…
En este acompañamiento, se va hablando con uno, después con otro, y así sucesivamente vas convirtiéndote en confidente de sus aventuras y desventuras, sus miserias y penalidades, alegrías y esperanzas.
Acompañar espiritualmente a alguien (o simplemente acompañar) supone, también, acompañarse a un mismo, en cuanto que a través del contacto en profundidad con otra persona surgen vivencias, emociones profundas que estaban aquí y que emergen con fuerza en el trato personal. Por eso, cualquier acompañamiento supone estar atento y profundizar en un mismo, y en el otro.