Cuidar el cuerpo

En primer lugar sitúo la comprensión del cuerpo y cuidar.
El cuerpo y sus funciones es lo más particular, más cercano a uno mismo: es el lugar donde se hace la primera experiencia de vida y de relación; un lugar lleno de oportunidades, de sensibilidades, de recursos, de influencias, de contrastes… es el escenario cotidiano de la existencia animada por la interioridad, alimentada por la espiritualidad. Es una presencia a través de la cual se expresa, se da a conocer, se relaciona. Es señal del paso del tiempo, de la historia individual y social, es evidencia de la fragilidad humana. Cuerpo y corporeidad se complementan; la corporeidad es más que el cuerpo y su biología, incluye la forma de ser, de hacer, de sentir, de relacionarnos: es expresión de la unidad personal. Del cuerpo social se puede decir algo parecido desde su particularidad.
Cuidar se refiere a una dedicación y atención que se implica de manera especial y concreta hacia una persona, un animal, una cosa, una situación, unas relaciones… Es un itinerario personal y colectivo de mejora y crecimiento según las necesidades y posibilidades. Es un proceso de implicación personal y social más allá del ámbito profesional sanitario. Cuidar y ser cuidado es una necesidad humana, pertenece a nuestra esencia identitaria. No se trata solamente de situaciones de enfermedad, sino también, situaciones de vida donde la necesidad de ayuda, de asistencia y de apoyo, se hace patente. Tener cuidado, cuidar, son conceptos, acciones, relacionales. Una relación que se establece hacia y con «otro» ya sea una persona, o bien, hacia una red de convivencia, o el entorno, poniendo de manifiesto, una vez más, la dimensión social de todo acto personal.
El cuidado por uno mismo es un ejercicio de libertad, de descubrimiento y potenciación de las posibilidades, de disposición a encararse a las dificultades, sabiendo que no todo se puede resolver: es una reflexión, introspección personal, un «tener los pies en tierra». El cuidado de uno mismo, y de los demás, a priori no es ningún imperativo moral sino que deriva de la constitución propia del ser persona y de la sociabilidad histórica; es decir, de las relaciones que se establecen y construyen experiencia. Entiendo como válida la afirmación: quien no es capaz de pensar en sí mismo, de velar a él quien no es capaz de pensar en sí mismo, de velar por sí misma. Cuidarnos y cuidar. Cuidar es un estilo, una actitud.
Entiendo que la «teología del cuidar», desde el texto bíblico, se inicia con Gn 2,19b, donde se capacita al adam (el ser humano) para ordenar y administrar racionalmente su espacio vital, diverso y diferente, para que dé de sí mismo todo lo que puede dar: para que cuide del cuerpo de la Creación a fin de que realmente hable de quien lo ha creado; que vele por las necesidades y posibilidades de este «cuerpo» que es la realidad en la que cada uno vive y se relaciona. Defender, proteger, en definitiva pre/ocuparse por. Visto así, cuidar convierte en un «sitio» de salud, de salvación, para cuando en la acción se tiene cuidado de la realidad: es una responsabilidad, un compromiso.