¿Cómo ayudar a más gente?

En Fratelli Tutti, el papa Francisco escribe: «Un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en el campo de la más amplia caridad, la caridad política» (n. 180). Lluís Magriñá no fue estrictamente un político, pero sí que adivinó, desde muy joven, que si se quería ayudar a más personas e, incluso, aspirar a transformar la realidad, eran necesarias instituciones fuertes, de carácter internacional, que respondieran a la “globalización de la injusticia” con una propuesta de “globalización de la justicia”. Y a esto dedicó una buena parte de su vida (los mejores años), primero en la ONG Oxfam Intermón, y después dirigiendo desde Roma el Servicio Jesuita a los Refugiados.
Existen muchas maneras de vivir el sacerdocio. En su caso, consistió fundamentalmente en poner su talento y su visión sobre el mundo al servicio de organizaciones que trabajaban intensamente en aquellas zonas castigadas por la guerra, el hambre y la pobreza extrema. África, y sobre todo el Chad, era la niña de sus ojos, el lugar donde le nació aquella “vocación dentro de la vocación que lo apasionaba”, pero a lo largo de los años acumuló miles de kilómetros y de visitas a todos los rincones del mundo donde hubiera proyectos humanitarios. «¿Cómo podemos ayudar a más gente?», esta era la pregunta que se hacía continuamente y la que hacía también a los equipos de las organizaciones que dirigía.
Hay personas que han aprendido a trabajar localmente, en un barrio, en una parroquia. Allá transforman realidades concretas de vecinos y vecinas con nombres y apellidos, con vínculos tejidos de mil maneras por el paso del tiempo. Siempre en aquel lugar. Hay otros, pero, que tienen el don de contemplar el mundo en su globalidad. Que saben que vivimos en un tiempo en el que todo está interconectado, y que un conflicto en un lugar como Sudán acaba de una manera u otra impactando en una calle o un barrio cerca de nosotros. Luis Magriñá era una de estas personas. Tenía en mente los conflictos de Sri Lanka, el Congo o el Chad… porque los había visto con sus propios ojos, porque había visto las consecuencias desastrosas del desplazamiento forzoso. Miles y miles de personas anónimas moviéndose de un lugar a otro o recluidas durante décadas en un campo de refugiados. Todo esto, a Lluís le hacía daño, y por eso la pregunta: «¿Cómo podemos ayudar a más gente?»
Pero además de este Lluís, jesuita, “fundador” y gestor visionario, estaba también el compañero y el amigo próximo. Aquel que cuando llegaba a alguna de las comunidades después de haber recorrido medio mundo, se servía una copa y empezaba a conversar con el uno y con el otro, pero no sobre sus historias, sino sobre las historias de su interlocutor.
Las personas más inteligentes no son las que más hablan, sino las que más escuchan, y en esta escucha atenta es donde descubrías su gran secreto. Lluís no era un buen líder porque hablara especialmente bien, sino porque escuchaba excepcionalmente bien. Le interesaba todo, hasta aquello que, a ojos de alguien que venía del corazón de los conflictos más horrorosos del planeta, podía parecer un simple «problema de primer mundo». En lugar de cerrarse, sabía practicar como nadie el arte de la conversación. Hoy, que más bien parecen premiarse liderazgos un poco narcisistas o deslumbrantes, se añora esta capacidad de escucha y conversación de personas como él.
Después de recorrer mundo, Lluís Magriñá hizo su último servicio como superior de la Cova de Manresa, y también allí, aunque en un ámbito bastante diferente, se siguió haciendo la misma pregunta: «¿Cómo podemos ayudar a más gente?» Porque la lógica del amor es siempre “más”, se trate de un maestro de escuela, de un médico de primaria o de un recepcionista. La vocación es siempre el gran secreto, y cuando alguien lo descubre y lo vive, la vida acontece como una aventura apasionante.