Una Iglesia viva para los jóvenes de hoy

La Iglesia siempre los ha tenido presentes y son una preocupación constante, los jóvenes son objeto de su atención. Especialmente en estos últimos años. Pensamos en las Jornadas Mundiales sobre la Juventud y en el último Sínodo convocado por el Papa Francisco. En momentos significativos de la Historia de la Iglesia, han surgido carismas e instituciones eclesiales al servicio de los jóvenes, personas carismáticas que se han situado a su lado, han captado sus necesidades y codo a codo han iniciado un camino de acompañamiento y escucha mutua. Para poner un ejemplo: cantidad de congregaciones religiosas (familias carismáticas globales) al servicio de los niños y jóvenes más necesitados, movimientos eclesiales con una mirada preferente a los jóvenes. Recordamos la Comunidad ecuménica de Taizé con una clara vocación de reconciliación, simplicidad, plegaria, universalidad.
El Espíritu Santo también ha hecho surgir en el interior de la Iglesia jóvenes testigos de la fe que han entregado la vida por Cristo, muchos de ellos hasta el martirio (cfr CV 49 ss).
También hoy, en la realidad social, encontramos muchos jóvenes comprometidos en acciones de voluntariado y de lucha política por la justicia, en movimientos cristianos de ocio, en proyectos pastorales de evangelización, en acciones educativas junto a los olvidados y marginados por la sociedad, en el compromiso por un mundo más sostenible. Sin ellos, sería difícil salir adelante. Los tenemos que acompañar, y reconocer su trabajo y presencia. Aunque a veces nos descoloquen o nos cuestionen nuestro nivel de vida.
Acompañar significa disponer de tiempo y recursos para estar a su lado. Es importante la formación de los acompañantes. Acompañar en la fe a los jóvenes no es fácil. Hace falta experiencia personal de fe, tiempo para escucharlos y ganas de comunicar la fe a los jóvenes. Un referente de acompañamiento evangélico es el relato de los discípulos de Emmaús (Lc 24, 13-35).
El lenguaje es una de las dimensiones fundamentales porque es el medio a través del cual se establecen relaciones. Hay que destacar el lenguaje digital puesto que los jóvenes viven conectados a la red. Quiero subrayar, que a mi parecer, existe la necesidad de renovar el lenguaje litúrgico. El actual hace difícil entender la fe. Habrá que explicar muy bien qué significan las palabras, los gestos, los signos y símbolos y dinamizar las celebraciones para no aburrir a los jóvenes. Tal como dice San Pablo a los Corintios: “Puede bien ser que hayas dado gracias de una manera excelente, pero que esto no contribuya a la edificación del otro. Gracias a Dios, tengo el don del habla en más lenguas que todos vosotros; pero en una reunión comunitaria prefiero decir cinco palabras que se entiendan, para instruir los otros, que no diez mil palabras en lenguas” (1Co 14, 17-19) .Un objetivo importante es hacer pedagogía del lenguaje.
Nos acercamos a los jóvenes con una actitud de escucha y acogida cordial porque muchos jóvenes se encuentran en una situación de orfandad. La Iglesia hace falta que escuche y acoja a los jóvenes sin prejuicios o ideas prefijadas. Sin dar respuestas prefabricadas y soluciones anticipadas. Es una tarea de acompañamiento, de saber estar presente. La voz de los jóvenes se tiene que dejar oír en el interior de la Iglesia.
Habrá que hacer un esfuerzo de comprensión para intentar ver cómo son los jóvenes hoy, qué les preocupa, qué los motiva, cuáles son sus fortalezas y debilidades. Cada comunidad cristiana está llamada a realizar, con respeto y seriedad, un examen de su propia realidad juvenil más próxima, para discernir los caminos pastorales más adecuados (CV 103). Otra percepción muy importante en muchos jóvenes es la poca claridad del rol de la mujer en la Iglesia. Somos conscientes del esfuerzo que se está haciendo.
Por otro lado, hay que abandonar esquemas rígidos y abrirnos a la escucha atenta y disponible, no dar respuestas preparadas, dejar que los jóvenes se planteen preguntas y que expresen cuál puede ser su aportación a la comunidad:
“El Sínodo reconoció que los fieles de la Iglesia no siempre tienen la actitud de Jesús. En lugar de disponernos a escucharlos a fondo, «a veces predomina la tendencia a dar respuestas pre confeccionadas y recetas preparadas, sin dejar que las preguntas de los jóvenes se planteen, con su novedad y sin aceptar la provocación». En cambio, cuando la Iglesia abandona esquemas rígidos y se abre a la escucha disponible y atenta de los jóvenes, esta empatía la enriquece, porque «permite que los jóvenes den su aportación a la comunidad, ayudándola a abrirse a nuevas sensibilidades y a plantearse preguntas inéditas» (CV 65).
En el fondo, los jóvenes nos llaman a transformar las estructuras de la Iglesia y la forma de gobernarla, la manera de establecer las instituciones. Nos piden pasar a una Iglesia más auténtica, relacional, abierta, transparente, comunicativa. Un nuevo estilo de Iglesia más participativa e interactiva.
A veces se acusa a los jóvenes de ser inmaduros, adictos a las redes sociales, y poco comprometidos. Hemos de estar atentos a no estigmatizar a los jóvenes:
“Hoy los adultos corremos el riesgo de hacer una lista de calamidades, de defectos de la juventud actual. Algunos podrán aplaudirnos porque parecemos expertos en encontrar puntos negativos y peligros. ¿Pero cuál sería el resultado de esta actitud? Más y más distancia, menos proximidad, menos ayuda mutua.” (CV 66).
Pero tenemos que dar más pasos hacia delante.