Ante el peligro: ¿quedarse o huir?

El mes de Mayo del 429 los vándalos pasaron el estrecho de Gibraltar y penetraron la Mauritania y ocuparon rápidamente las otras ricas provincias africanas. Un año después, en el 430, los vándalos rodearon Hipona, asediándola. Agustín estaba gravemente enfermo. Posídio, el autor de la Vida de Agustín, describía el estado de ánimo del anciano obispo: “Más que de costumbre, sus lágrimas eran su pan día y noche y, llegado ya al final de su vida, se arrastraba más que los demás en la amargura y en el luto su vejez» (Vida, 28,6). Y explica: «Ese hombre de Dios veía las matanzas y las destrucciones de las ciudades; las casas destruidas en los campos y los habitantes asesinados por los enemigos o expulsados; las iglesias sin sacerdotes o ministros, las vírgenes consagradas y los religiosos dispersos por doquier; entre ellos, algunos habían desfallecido ante las torturas, otros habían sido asesinados con la espada, otros eran prisioneros, perdiendo la integridad del alma y del cuerpo e incluso la fe, obligados por los enemigos a una esclavitud dolorosa y larga» (ibíd. 28,8). En uno de sus sermones invitaba a rejuvenecerse con Cristo (Sermón 81, 8). Por esto el cristiano no debe naufragar en medio de las situaciones difíciles, sino procurar ayudar a los necesitados.
Ante esta situación desastrosa, en la Carta 228, encontramos la respuesta a la pregunta del obispo Honorato de Thiave, en la que planteaba a Agustín sobre cómo debe actuar un obispo, un presbítero o cualquier persona de Iglesia ante las invasiones bárbaras, si huir para salvar su vida o quedarse. Anteriormente Agustín ya había sido consultado por Quodvultdeus y la respuesta dada había sido “que quienes lo desearan podían refugiarse en lugares seguros, pero no debían romperse los vínculos de nuestro ministerio con los que la caridad de Cristo nos unió, para no abandonar a las iglesias a las que debemos servir”. En su respuesta a Honorato copiaba unas palabras que habían sido dirigidas al de Uzali: Nuestro ministerio es tanto más necesario al mucho o poco pueblo de Dios que permanezcamos donde estamos; que este pueblo no puede quedarse absolutamente sin asistencia. Así, pues, solo nos queda decir: Se para nosotros protector y plaza fuerte”. Al planteársele la duda sobre que si no huimos actuemos contra el mandamiento del Señor quien nos advierte que se debe huir de ciudad en ciudad, Agustín argumentaba: “¿Quién creerá que el Señor quiso que esto se llevara a cabo privando al rebaño comprado con su sangre del ministerio necesario, sin el cual no se puede vivir (Ep. 2). Y si el apóstol Pablo huyó de la ciudad, l ministerio no quedó abandonado ya que sólo le buscaban a él. Así pues, huyan de ciudad en ciudad cuando son buscados personalmente por los perseguidores, mientras que la Iglesia continua asistida por otros que no son perseguidos, y que dan alimento a sus conciudadanos, sabiendo que sin él no pueden vivir”. En cambio cuando el peligro es común a obispos, clérigos y laicos no los pueden abandonar porque les son necesarios. Si todos encuentran un refugio seguro, vayan los pastores junto con los fieles; pero si quedara alguien, no pueden ser abandonados.
Si se quedan, en vez de huir, para atender a las necesidades de los fieles, es esto que se demuestra aquel amor que Juan recomendaba al decir: Como Cristo entregó su vida por nosotros, así nosotros debemos darla por nuestros hermanos”. Si al huir, somos hechos prisioneros, torturados lo son para si mismos enemigo para no abandonar. En cambio quienes se quedan, y padecen por no haber querido huir, estos sí que dan la vida por los hermanos”(n.3). Un poco más adelante dice: “quien pudiendo huir, no lo hace ante el enemigo por no abandonar el misterio de Cristo… este consigue mayor fruto de caridad que aquel que da la vida por los hermanos (n. 4). Y si Honorato le ha preguntado que provecho pueden conseguir al quedarse ante todos los desastres cometidos por los vándalos; asesinatos, estupros, quema de iglesias, tormento y muerte al no poder entregar las riquezas que no poseen (n. 4). Agustín escribió: pero debido a esas cosas inciertas no se debe hacernos desertar de nuestro deber, sin el cual el pueblo padecerá un daño cierto no en las cosas de esta vida, sino en las de la otra a la que se debe cuidar mucho más(n.5).
Ante quienes le sacan a relucir las palabras de Jesús según las cuales en la persecución debe huir de una ciudad a otra, Agustín les dice: en cambio esos mismos no se horrorizan del mercenario, que ve venir el lobo y huye, porque no se preocupa de las ovejas (6). La fuga condenable es cuando el pueblo se queda y los ministros huyen y los dejan sin servicios, son mercenarios que no se preocupan de las ovejas. Algunos son vencidos por el pánico porque no luchan con valentía contra su miedo. En esta situación se hace necesario pedir el amor que viene de Dios, por el que tememos la muerte del corazón de las ovejas de Cristo por la palabra de maldad, mucho más que la muerte del cuerpo por la espada” (,7) y añadía: Más que el incendio de los edificios debe temerse “que se apaguen las piedras vivas, al abandonarlas nosotros. Si se queman piedras y maderos de los edificios, aún quedamos nosotros”. Y añadía, que “debe temerse la muerte de los miembros de Cristo, privados del alimento espiritual más que el tormento de los miembros de nuestro cuerpo bajo la opresión del ímpetu del enemigo” (7). Es en los peligros cuando los pastores son más necesarios, no pueden huir puesto que los fieles piden El bautismo, la reconciliación, obras de penitencia y todos piden el consuelo”. Si los ministros no están, ¡qué ruina para quienes salen de este mundo no regenerados o las ataduras del pecado!” (n. 8). En cambio cuando los pastores no huyen “atienden a todos: unos reciben el bautismo, otros la reconciliación; a ninguno de ellos les falta la comunión del Cuerpo del Señor; todos son consolados, edificados exhortados a orar a Dios…” (n. 8).
Es una suerte, un don el que las poblaciones cristianas, en el momento de las dificultades, no les falte la presencia de los ministros de Cristo. “Estos no buscan su el provecho, sino el de Jesucristo (n.9)”. Hay quienes con la excusa de que serán más de provecho para, los que huyen, no lo hacen para ser útiles, sino por miedo a la muerte. Estos son quienes serán motivo de escándalo (n. 10). Cuando el peligro es de todos, obispos, clérigos, laicos se asemeja a una nave en la que el peligro es común a los mercaderes y marineros. Líbrenos Dios de amar tan poco nuestra nave que los marineros y principalmente el piloto, la hayan abandonado cuando está en peligro, de la que pueden salvarse en un esquife o nadando. Tememos que con nuestra deserción padezcan los otros la muerte temporal, que de toda manera ha de venir, sino la eterna, puede venir si n se está vigilante “(n.11); pero si existe discusión sobre quién debe marchar o quedarse, dice Agustín, debe echarse a suertes (n.12).
Ante quienes creen que los pastores en estos peligros se quedan y no huyen lo hacen para engañar a la población. La respuesta “debe ser que nos quedamos por vosotros y no para nosotros, para ofreceros la salvación de Cristo”(13). Concluye su respuesta explicando: Quien huye de modo que al huir no priva a la Iglesia el ministerio necesario, hace lo que el Señor mandó o permitió. Pero quien huye de manera que prive al rebaño de Cristo de los alimentos espirituales de los que vive, es un mercenario, que ve venir el lobo y huye, porque no se preocupa de las ovejas” (n14).