Un puente entre la prisión y la libertad
El Hogar Mercedario de Barcelona abre sus puertas a los presos para adaptarlos al día a día fuera las celdas

Jesús no se olvidó de los presos. Pudiendo evitarlo, el Hijo de Dios eligió pasar por todas las etapas del proceso penal: la detención, el juicio, la condena y la humillación, hasta llegar a la muerte en Cruz. Por medio de su actuación, Dios manifestó a la Iglesia la necesidad de redimir al cautivo, de devolverle al preso su libertad; necesidad que, posteriormente, se convertiría en la sexta obra de misericordia corporal. Con casi 800 años de recorrido, concretamente desde 1218, los mercedarios construyen su día a día alrededor de esta obra de misericordia, que ha devenido el carisma de la Orden de la Merced. En Barcelona, son nueve religiosos.
Estos padres mercedarios están presentes en los centros penitenciarios de Joves de la Roca del Vallés, la Modelo, la sección de mujeres de Can Brians y Wad-Ras, donde se dedican a escuchar a los presos y a acompañarlos en su proceso de reclusión. Pero, además, dirigen el Secretariado de Pastoral Penitenciaria (SEPAP) y el Hogar Mercedario, una casa con diez plazas que acoge a internos con permiso penitenciario y que actúa de puente entre la cárcel y la libertad.
¿Pasar de largo o involucrarse?
La misericordia para con los reclusos se traduce, según el P. Nacho Blasco, en la capacidad de bajar a la realidad del otro y descubrir su existencia vital y, a partir de ahí, caminar en ese proceso juntos: “No sé si es padecer con o compadecer a”, vacila el director del Hogar Mercedario, quien también pone en duda el compromiso de los cristianos respeto a los cautivos: “Hay una gran estigmatización social con los reclusos y, si los cristianos no ponen perdón donde es necesario, ¿cuál será nuestro compromiso?”. Esta misma actitud de alejamiento social por parte de los católicos la denuncia enérgico el P. José María Carod, coordinador del SEPAP y responsable del C.P. de Joves de la Roca del Vallés: “Conocemos el capítulo 25 de Mateo –el de las obras de misericordia– pero cuando llegamos a los presos pensamos: ‘Si están ahí, por algo será’. ¿Perdón? Jesús no hace distinción y, en cambio, la comunidad cristiana sí. Cuando se llega a los prisioneros no se piensa como el Evangelio, se piensa como la sociedad”.
Incluso los propios presos deben lidiar diariamente con este prejuicio social: “La gente tiene un mal concepto de nosotros: por haber estado en la cárcel ya eres lo que eres sin saber los motivos. Eres preso, eres malo”, comenta Julio, un recluso extremeño que desde hace un par de meses frecuenta el Hogar Mercedario.
Pensar y actuar como el Evangelio
Redimir al cautivo, por tanto, no es únicamente liberar al preso sino que se desgrana en múltiples acciones: pensar en los reclusos desde el Evangelio y descubriendo en ese hermano el rostro de Cristo; no catalogarlos o estigmatizarlos como hace la sociedad; orar por ellos; estar dispuestos a acoger a los que quieran trabajar; y, por último, ayudar económicamente a la pastoral penitenciaria ya que “queremos que la comunidad responda y nos ayude a que podamos repartir evangelios en las cárceles, a subvencionar los desplazamientos de los voluntarios, a financiar casas de acogidas para presos”, admite el P. Carod, que lleva 18 años dedicándose a la pastoral penitenciaria.
Jesús, presente en la cárcel
Porque ser prisionero no se elige: “Nadie se levanta por la mañana y dice: ‘Voy a cometer un delito’. Es el final del camino de una situación determinada. Si lo miras desde ahí, con respeto hacia las víctimas, te das cuenta que hay cosas que han fallado previamente y en las que no estuvimos presentes como sociedad”, explica el P. Nacho Blasco, que además es psicólogo.
Por ello, los mercedarios visitan con asiduidad las cárceles asignadas. Para todos aquellos reclusos que dicen sí a Jesús, preparan catequesis y eucaristías. Y, para la totalidad de encarcelados, organizan actividades fijas a lo largo de la semana, como un grupo de teatro. Además de ser dinamizadores, la misión principal de los mercedarios en las prisiones es saber escuchar y estar con los cautivos en todo momento: “Por parte de los padres, nunca me he sentido juzgado. Te dan una confianza que no puedo describirla y me han aportado seguridad, mucha seguridad”, añade José, un ex-preso andaluz que dejó el hogar hace un año pero que aún lo visita y recibe ayuda por parte de los padres.
La confianza del hogar y de la familia mercedaria
Una vez los presos obtienen el segundo o tercer grado o la libertad condicional pueden acceder, si hay plazas, al Hogar Mercedario por derivación de servicios sociales. El objetivo es posibilitar que reclusos que no tengan recursos o contactos familiares en Barcelona puedan vivir con los mercedarios y compartir su vida. “No es un recurso asistencial, ya que compartimos nuestra casa y nuestra vida: abrimos lo que somos, nuestro trabajo, nuestra economía, nuestra mesa, con la confianza de que se sientan en casa. La idea es acompañarlos en sus procesos de reinserción”, explica el P. Nacho, director del Hogar Mercedario. “Gracias a los padres estoy donde estoy. En el Hogar estás como si estuvieras en una familia. Yo me fui para dejar paso a otra persona pero, por mí, no me hubiera largado nunca porque lo echo mucho de menos”, expresa nostálgico José cuando recuerda su paso por el Hogar Mercedario.
Desde 1972, la casa de los padres mercedarios actúa como puente entre la estancia en la cárcel y la libertad e independencia del exrecluso. Para el buen funcionamiento de la casa, es necesario que los residentes cumplan unas normas como poner la mesa, bajar la basura o avisar si no van a comer. Una manera de hacer que saben valorar los residentes del Hogar Mercedario, como Julio, que tan solo lleva dos meses: “Te tratan muy bien, se preocupan de ti, de cómo estás, de cómo lo llevas… Que sigan como van que, para mí y para todos, van genial”.