Sed de autenticidad
Inmersos en la cultura de la imagen y condicionados por tanta tecnología, tenemos la impresión de que la vida humana nos viene programada con ficción

Blog del Obispo auxiliar Sebastià Taltavull
Inmersos en la cultura de la imagen y condicionados por tanta tecnología, tenemos la impresión de que la vida humana nos viene programada con ficción. Llegamos a ser un «producto» en manos de los intereses mediáticos, amparados y promocionados por invisibles potencias, donde la moda y el mercado se alimentan mutuamente. Así, el resultado de convertir los medios en fines provoca el efecto de una situación donde una aparente bella presencia y el culto a la imagen está sustituyendo la «humanidad» de la comunicación.
Todo esto hace que la sociedad de los ricos, la nuestra, invierta tanto en publicidad y se deje conducir con la ayuda de estos nuevos profesionales que son los asesores de imagen, aunque digan que en el fondo sólo canalizan lo que la clientela quiere y espera conseguir. ¿Dónde quiere llegar Jesús cuando dice: «No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis o qué beberéis, ni por vuestro cuerpo, pensando cómo os vestiréis» (Mt 6,25). ¿Cuál debe ser, pues, nuestra preocupación?
¿Y si llegáramos a pensar diferente y dejáramos que fueran los pobres nuestros verdaderos asesores de imagen? Seguro que desde las grandes economías hasta las más sencillas se introduciría una nueva forma de pensar, de ser, de comunicar, de educar, de organizar, de compartir, de existir, donde la felicidad estaría más repartida, donde la imagen sería más, mucho más, del todo humana. El derroche de recursos son bofetadas a diestro y siniestro y siempre son los pobres los más perjudicados.
Valorar el otro por lo que es, y no por lo que tiene o por lo que aparenta, siempre será un reto que pedirá una toma de postura. Aunque reconociéndole lo que tiene de creativo y bello, la moda siempre será lo que pasa de moda. Sin embargo, hay valores perennes, como el amor, la honradez, la justicia, la humildad, la sencillez, la compasión, la sinceridad, la limpieza de corazón, la fidelidad, la lealtad y un largo etcétera, que permanecen siempre. ¿Por qué no incorporarlos en nuestro «cuaderno de ruta»? Es la sed de autenticidad que el beato Pablo VI ya hace tiempo mencionaba y veía siempre posible.