¿Qué quiere decir «dedicar» una iglesia?
[Mn. Josep Urdeix,Delegat de Litúrgia de l’arquebisbat de Barcelona] Recientemente ha sido anunciado que el papa Benedicto vendrá a Barcelona y «consagrará» el templo de la Sagrada Familia. Para muchos, ha saltado la pregunta: ¿qué es lo que hará el Papa?, ¿qué quiere decir que «consagrará» la Sagrada Familia? Empecemos por el propio nombre de la celebración litúrgica [...]
[Mn. Josep Urdeix,Delegat de Litúrgia de l’arquebisbat de Barcelona]
Recientemente ha sido anunciado que el papa Benedicto vendrá a Barcelona y «consagrará» el templo de la Sagrada Familia. Para muchos, ha saltado la pregunta: ¿qué es lo que hará el Papa?, ¿qué quiere decir que «consagrará» la Sagrada Familia?
Empecemos por el propio nombre de la celebración litúrgica que el Papa llevará a cabo. El nombre exacto que le dan los libros litúrgicos es el de «dedicar» (dedicar a Dios una iglesia). Aunque casi sean sinónimos, en estos casos, «dedicar» y «consagrar», más vale que utilicemos el nombre que más le corresponde.
Dicho esto, expliquemos de una manera más sencilla qué quiere decir «dedicar una iglesia». Desde siempre, la comunidad cristiana ha tenido necesidad de un espacio, de una casa, para encontrarse y vivirla como comunidad, como iglesia convocada por el propio Señor, para expresar, sobre todo a través de la liturgia, su comunión con Cristo y con los demás hermanos cristianos.
Esta comunidad, pues, para poder reunirse en asamblea litúrgica, busca un terreno y allí edifica una casa que, de hecho, tiene como nombre completo el de «casa de la iglesia» (la llamamos sólo «iglesia» para abreviar). Cuando comienza la edificación de esta casa, es costumbre poner «litúrgicamente» la primera piedra, al mismo tiempo que se bendice el perímetro del terreno donde se edificará aquella iglesia. Con este rito se quiere expresar aquel terreno que, hasta aquel momento, había sido, podríamos decir, un espacio profano, empieza a ser un espacio separado de lo profano para ser un espacio «sagrado».
Cuando se termina la edificación de la iglesia, lo primero que se hace, cuando no hay suficientes motivos significativos para hacerlo en otro momento, es «dedicar aquella iglesia a Dios nuestro Señor», hacer ofrenda a Dios de aquella obra hecha por manos de hombres, pidiéndole, al mismo tiempo que su presencia santa llene aquel templo y, así, sea un espacio sagrado donde Dios se encuentre con los hombres y sea, también, imagen del templo espiritual hecho de piedras vivas, obra de Dios, donde habita el Espíritu Santo (cf. 2 P 2,5): es decir, el templo que formamos todos nosotros, cristianos por la gracia de Dios.
Una vez se ha dedicado, se ha hecho ofrenda a Dios de aquella casa de la iglesia, se puede decir muy bien con palabras comprensibles, que es un lugar santo, «es la casa de Dios y la puerta del cielo» (Gn 28,17). Por tanto, aquel edificio ya no se puede utilizar para cualquier actividad, sino que, en principio, tiene que servir sólo para lo que lo define: su santidad y el testimonio que da, con su visibilidad, de la presencia cristiana en medio de este mundo.
Con palabras del propio ritual, recordamos el uso concreto que se espera que se haga de una iglesia: «Es el edificio en el que se congrega la comunidad cristiana para escuchar la Palabra de Dios, rezar comunitariamente, recibir los sacramentos y celebrar la Eucaristía.» A esto hay que añadir lo que dice, casi en su final, la oración de dedicación: que, aquél, sea un lugar donde los pobres encuentren misericordia. La dimensión propia de la caridad de los discípulos de Cristo no puede quedar ausente de ninguna «casa de la iglesia».
Ahora haría falta explicar los ritos concretos con los que se llevó a cabo la dedicación. De momento, quedémonos en lo más básico de lo que hay que saber en este caso. Habrá tiempo, confiamos, para exponer más detalles.