¿Qué hemos hecho de nuestro bautismo?

Una fecha tan concreta y significativa como el día en que nuestra vida cristiana comenzó su camino. Como Juan, el discípulo de Jesús, que incluso recuerda la hora de su primer encuentro con Él, recuerdo qué día y a qué hora fue el bautismo? Como primer encuentro con el Señor, valoro y vivo su verdadera [...]

Una fecha tan concreta y significativa como el día en que nuestra vida cristiana comenzó su camino. Como Juan, el discípulo de Jesús, que incluso recuerda la hora de su primer encuentro con Él, recuerdo qué día y a qué hora fue el bautismo? Como primer encuentro con el Señor, valoro y vivo su verdadera dimensión? Agua que da vida y aceite que consagra, dos signos que nos han marcado para siempre!

Más aún, ¿qué lugar ocupa en mi vida este evento primordial, esta primera caricia de Dios, que es el bautismo? Su recuerdo me alienta a seguir a Jesús como Señor de mi vida? Intensifica mi sentido de pertenencia a la Iglesia, que me ha acogido y me acompaña? Conocerlo y recordarlo me da la oportunidad de revivirlo en mi compromiso creyente, agradecerlo como don y ser coherente en la perseverancia de una fe activa, siempre en crecimiento.

Gracias a la encarnación de Jesús, nos encontramos ante nuestra mejor denominación de origen, la que tiene su raíz y su fundamento en Dios, que es Amor: hijos de Dios en el Hijo por la acción en nosotros del Espíritu Santo. Dice Jesús: « Vendremos a vivir con él » ( Jn 14,23 ), y se refiere a cada uno de nosotros. Es lo mejor que podía pasarnos: adquirir esta máxima dignidad y ser aceptados en la comunión de una Iglesia que es comunidad de hermanos. No basta con esto para dar gracias a Dios por la inmensidad de su amor en escogernos, por el don de la filiación divina, por la santidad que nos ha adquirido y para integrarse en una fraternidad universal?

Vivir como bautizados significa contribuir con corresponsabilidad a que nuestra sociedad se organice según Dios quiere. La respuesta es la civilización del amor, ya que, en ella, la Iglesia enseña que Dios nos ofrece la posibilidad real de vencer el mal y alcanzar el bien. Nuestra voluntad debe ser compartir con el gozo del Evangelio esta tarea con cualquier persona, un compromiso que todo bautizado asume para toda la vida y con la confianza puesta en el Señor.

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