Primer altar y primera custodia
El nacimiento de Jesús, la encarnación de Dios es nuestra escuela de humanidad. De ahí que nosotros, la Iglesia, seamos los responsables de que sea una realidad palpable en nuestra convivencia. Como lo ha hechoJesús desde su nacimiento, la Iglesia, partícipe de los gozos y de las esperanzas, de las angustias y de las tristezas de los hombres, es [...]
El nacimiento de Jesús, la encarnación de Dios es nuestra escuela de humanidad. De ahí que nosotros, la Iglesia, seamos los responsables de que sea una realidad palpable en nuestra convivencia. Como lo ha hechoJesús desde su nacimiento, la Iglesia, partícipe de los gozos y de las esperanzas, de las angustias y de las tristezas de los hombres, es solidaria con cada hombre y cada mujer, de cualquier lugar y tiempo, y les lleva la alegre noticia del Reino de Dios, que con Jesucristo ha venido y viene en medio de ellos. De su amor bebemos el agua viva que reparte tanta generosidad.
Toda la liturgia de la fiesta de Navidad nos ofrece la belleza de amor de Dios manifestado en la ternura de un niño que es acogido por unas gentes sencillas que se alegran de la buena noticia que reciben y acuden corriendo a encontrarse con María y José, esta joven pareja a la que Dios ha visitado y ha transformado en su santuario. Estas personas sencillas, los pastores, poseen aquello que nos falta a nuestra sociedad tan llena de todo, pero tan vacía de Dios. Dice el Evangelio que «encontraron al niño recostado en el pesebre» y que «al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño».
Las buenas noticias no son para que uno se las quede guardadas, sino para ser comunicadas con gran alegría. Éste el reto de la necesaria y urgente evangelización para nuestro tiempo. La condición para que ésta se dé es haberse encontrado con el Señor y haber conocido las originales señas de su identificación: una familia pobre, primera Iglesia que colabora en su venida y un pesebre, primer altar que lo acoge, la primera custodia que lo entroniza y lo presenta al mundo.
La realidad social que nos envuelve necesita descubrir este tipo de identificación del Dios que ha querido hacerse presente con su encarnación en medio de nosotros. Los medios pobres dan más credibilidad y favorecen «otra» eficacia.
La lección que los pastores nos dan, su ejemplo de escucha, de admiración, de sencillez, de confianza, junto con el gesto de acudir enseguida al encuentro del Señor, es hoy un estímulo para que también nosotros acudamos a Él y con la fuerza de su Espíritu lo demos a conocer, ofreciendo nuestra amistad.
Sebastià Taltavull Anglada
Obispo auxiliar de Barcelona