Pensión Social Mambré: el empuje para salir adelante

En el momento vital más crítico, justo después de perder su vivienda, la Fundación Mambré ofrece a las personas sin hogar una opción residencial de paso para que no pierdan su dignidad y sean capaces de recomenzar su vida

«Imagínate que tienes un piso y, de la noche a la mañana, te quedas sin él. ¿Cómo te ves?», comienza su relato María (nombre ficticio), una madre soltera que se desvive por su hijo. «Seguramente fatal. Con muchos nervios, porque los problemas, cuando los piensas mucho, llevan nervios y ansiedad. Así estoy yo», admite la joven -que ha vivido un infierno- mientras mantiene la vista puesta en el infinito. María es una de las usuarias de la Pensión Social Mambré, un recurso residencial de urgencia para personas que acaban de perder su hogar. Pero no es la única que vive en esta pensión situada en el barrio del Guinardó: más de 20 personas comparten, en el mismo edificio, su situación. «Dormí un día en la calle (silencio largo, doloroso). Sí, he dormido una vez en la calle. Es muy lamentable», confiesa Miguel (nombre ficticio), hasta hace unos meses profesor de tai chi. Pero la esperanza es siempre lo último que se pierde y Miguel -que sufrió un accidente de tráfico y perdió su trabajo por incapacidad física- lo tiene claro: «Me digo que tengo que afrontar y salir adelante porque cuando llegas a derrumbarte hasta el punto de tocar fondo ya no hay manera de salir adelante».

Este empuje para salir adelante, para no perder la dignidad en un momento vital tan crítico, se la dan desde la Pensión Social de la Fundación Mambré. «Si duermes en la calle no puedes hacer nada: ni ir al médico, ni escribir un curriculum, ni ir a una entrevista de trabajo… No puedes salir adelante. Estar aquí, al menos, permite a los usuarios seguir adelante, seguir con sus vidas dignas y poder aspirar a valerse por sí mismas«, explica el coordinador del proyecto, Franc Fernández. Esta Pensión Social, aunque pueda parecerse a las pensiones ordinarias de la ciudad, pretende ofrecer más calidad y, sobre todo, la posibilidad de compartir espacios comunes con otros residentes -como una cocina, un comedor, un patio… – sin la necesidad de que tengan que ir a un comedor social, por ejemplo. También se diferencia por la heterogeneidad de los residentes, que rompe estereotipos: durante el 2015, la Pensión Social Mambré ha atendido 31 hombres y 27 mujeres; un 41,43% de españoles; un 81% de personas solas; y un 27% de adultos con edades comprendidas entre 18 y 30 años. Para los usuarios, esta diversidad se hace evidente en su día a día: «A mí, venir aquí me ha servido para relacionarme con muchos tipos de personas que antes era impensable plantearme: he abierto el círculo y así es como he crecido como persona», expresa un residente que prefiere no dar detalles de su identidad.

Reglas, no. Responsabilidades, sí

Una vez pierden su vivienda y los asistentes sociales los envían a la Pensión Social Mambré, se les da la llave de su habitación y la de la puerta de la calle. No hay horarios, tampoco normas: «Lo hacemos para evitar la institucionalización y para que esto se parezca lo más posible a un hogar», constata Franc Fernández. Incluso por la noche, los pasillos quedan en total silencio y es innecesario que haya vigilancia. El límite es tan sólo el respeto hacia los demás residentes y eso bien lo saben todos: «A veces, hay enganchadas verbales porque por aquí pasa mucha gente pero pocas personas. En la viña del Señor hay de todo», admite Miguel, un usuario que se irá pronto después de cuatro meses intensos.

Las estancias de los residentes son todas de corta duración: la media es de 125 días. La mayoría de ellos entran en el peor momento de su vida, cuando apenas han perdido su hogar y, por tanto, cuando ya lo han perdido todo. Al llegar, todos advierten al coordinador del centro que no viven en la calle, tal vez como excusa, quizás para autoconscienciarse de que podrían estar aún peor. Las charlas con Franc, el coordinador, y sus compañeros son vitales: «Hablamos mucho con ellos. Incluso los conocemos más que los trabajadores sociales. El primer mes sólo observamos y, gracias a ello, detectamos problemáticas que se nos habían escapado o no se habían verbalizado», explica el coordinador de la Pensión Social Mambré. Sin embargo, en el 90% de los casos la evolución es positiva y los residentes salen de la pensión para ir a mejor.

Incluso algunos usuarios, tiempo después, pasan por el centro para saludar al personal y agradecerles todo lo que hicieron por ellos: «Yo, cuando me vaya, también los vendré a visitar porque he encontrado un rescoldo. Me han dado calor y me han ayudado a salir adelante. La tarea que hacen es muy importante y es necesario que la gente sepa qué están haciendo porque todos somos seres humanos y, detrás de cada uno de nosotros hay una historia», añade Miguel.

Dos años después…

Aunque el futuro es siempre incierto, todos los residentes persiguen un sueño que les hace salir adelante día tras día. Saben que su situación es un proceso largo que comienza en la Pensión Social pero continúa en viviendas de alquiler social o habitaciones de realquiler. Sin embargo, la imaginación es la pizarra infinita donde dibujan sin miedo todos sus anhelos y deseos: «Me gustaría tener mi piso, con mi hijo, como supongo que quiere mucha gente. Y me gustaría que fuera ya», se sincera María, que no es la única que sabe lo que quiere. «Dentro de dos años, si Dios quiere, quiero volver a dar clases y a ver a mis amigos, saliendo de donde estoy, porque es muy triste tener que estar así el resto de mi vida. Tengo fe y ganas para salir adelante», asegura Miguel.

Mambré, fuente de misericordia

La Pensión Social Mambré existe para satisfacer la necesidad de dar residencia a personas en situación de alto riesgo de exclusión social. Por ello, su ocupación durante el año anterior fue de un 97,58%, una cifra que evidencia la constante y grave situación de pérdida de vivienda, uno de los pilares de los procesos de inserción social. Dotada con 17 habitaciones con baño propio -una familiar y otra doble-, la Pensión Social Mambré no hace el seguimiento social de las personas sino que lo hacen las diferentes entidades sociales. Para poder acceder, un educador social expone el caso y hace solicitud. Sólo hay dos condiciones que deben cumplirse: ser personas autónomas y, en casos de adicción, no estar en fase de consumo activo. La entrada, sin embargo, depende también de la disponibilidad del edificio. Cuando llega un nuevo usuario, se firma un documento de pactos entre éste, la Pensión Social y el trabajador/a social para explicitar el plan de trabajo a seguir y la salida que tendrá el residente. Así se evita la prolongación de las estancias.

Esta Pensión Social es sólo uno de los proyectos de la Fundación Mambré, una fundación que nace de cuatro entidades vinculadas a la Iglesia que trabajan con personas sin hogar: las Hijas de la Caridad, la Fundación Raíces, Asís y la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. El presidente de la Fundación, Manuel Lecha, explica el trasfondo evangélico de los proyectos: «El mismo nombre de la fundación nos da la explicación. Mambré es aquel encinar donde el Patriarca Abraham acampaba. Allí acogió unos peregrinos y les dio de comer para que pudieran continuar su camino. En esencia, esta es la función de Mambré como lugar de acogida y hospitalidad». Lecha añade que este Año de la Misericordia es un empuje para ellos, ya que «la misericordia es esto: no arrepentirse, acogerlo, darle dignidad y espacios de crecimiento personal, oportunidades para que pueda hacer el camino solo». Y, si se lleva a cabo esta obra de misericordia, el regalo que obtenemos de Dios es inmenso: «Hace crecer al que es acogido pero también al que acoge, como Abraham recibe un hijo como regalo. Nos hace crecer a todos desde la misericordia, desde la comprensión», detalla el presidente de la Fundación Mambré. En definitiva, el objetivo último es poder ayudar a vivir con dignidad y, sobre todo, dar un primer empujón en el camino hacia una nueva vida cargada de ilusiones y proyectos.

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