Papa Francisco: «La riqueza es para el bien común»

Hay que tener el corazón abierto, buscar nuevos horizontes y estar pendiente de las necesidades de las personas que nos rodean

«La fortuna vivida de manera egoísta causa tristeza, quita la esperanza y genera todo tipo de corrupción», esta es una de las ideas principales que el Papa quiso transmitir en la homilía de la misa celebrada el 25 de mayo en la capilla de la Casa de Santa Marta.

Sin horizonte

Comentando el Evangelio del joven rico, el Santo Padre quiso remarcar como «el entusiasmo inicial del joven se convierte en tristeza en pocos instantes». En un primer momento el protagonista de la perícopa se muestra contento y animado, pero rápidamente su actitud cambia cuando Jesús le pide «que venda sus bienes, los dé a los pobres y le siga». De repente, «la alegría y la esperanza desaparecen porque no quiere renunciar a sus riquezas», y es que «aquellos que viven pendientes de sus posesiones materiales están cerrados en ellos mismos».

Misterio de las riquezas

Según el obispo de Roma, «hay un misterio en la posesión de las riquezas» ya que tienen «la capacidad de seducirnos, de hacernos creer que estamos en un paraíso terrenal». Esta seducción, esta fijación en los bienes terrenales, son «los causantes de todo tipo de corrupción», desde las grandes injusticias pasando por aquellas pequeñas corrupciones del día a día que nos parecen tan insignificantes. Este deseo de riquezas mundanas «nos hace estériles y nos hace vivir sin esperanza» porque «aquellos que viven aferrados a su propio poder piensan que viven en un paraíso, pero este es un lugar sin horizonte que lleva a una vida triste».

Buena administración

El pontífice matizó que lo que nos hace tristes es el «apego a las riquezas», no ellas por sí solas. A continuación afirmó que hay que «administrar bien las riquezas que uno posee» dado que «las riquezas son para el bien común, para todos». Siguiendo con esto recordó que «si el Señor da riqueza a una persona es para que las utilice para el bien de todos, no para sí misma, ya que si no se acabará volviendo corrupto y triste». Por último, citó la primera de las Bienaventuranzas, la que versa «bienaventurados los pobres de espíritu», ya que ésta nos marca el camino «para no aferrarnos a las riquezas y utilizarlas para el bien de todos».

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