Palabras del Cardenal en el congreso Constantinus

[BILINGÜE: TRADUCCIÓN PENDIENTE] Palabras del Sr. Cardenal, Dr. Lluís Martínez Sistach, en el acto de inauguración del Congreso Internacional “Constantinus, ¿El primer emperador cristiano? Religión y política en el siglo IV”. Barcelona, 20 de marzo de 2012 Saludo muy cordialmente a todos los congresistas en nombre de la Iglesia archidiocesana de Barcelona y deseo a [...]

[BILINGÜE: TRADUCCIÓN PENDIENTE]

Palabras del Sr. Cardenal, Dr. Lluís Martínez Sistach,

en el acto de inauguración del Congreso Internacional “Constantinus,

¿El primer emperador cristiano? Religión y política en el siglo IV”.

Barcelona, 20 de marzo de 2012

Saludo muy cordialmente a todos los congresistas en nombre de la Iglesia archidiocesana de Barcelona y deseo a todos una gozosa estancia en esta ciudad “cap i casal” de Cataluña. Un saluto molto cordiale a Sua Eminencia, il Cardinale Farina, che ci arrichirà con la sua conferenza inaugurale. La ringrazio molto per la sua presenza e collaborazione in questo evento. Gracias también a todos los conferenciantes y a todos los congresistas.

El Congreso está dedicado a una temática histórica muy actual: “Constantinus, ¿el primer emperador cristiano? Religión y política en el siglo IV”. El emperador Constantino ha marcado la historia y aparece ya en las páginas de los libros de historia de los alumnos de primaria de la cultura occidental, especialmente de Europa. Deseo poner de relieve la buena y fecunda colaboración entre la Facultad de Teología y la Universidad de Barcelona. Su localización contigua, un edificio al lado del otro, ha de ser un estímulo más para un trabajo conjunto del mundo intelectual, civil y religioso, que colaborará en las relaciones entre fe y cultura.

Deseo resaltar la gran competencia de los ponentes en este Congreso Internacional que le dan una altura de primera línea en la investigación de esta temática.

Con motivo de los 1700 años, que acontecerán el próximo 2013, de aquel famoso Edicto de Milán, resulta muy interesante y actual la temática de nuestro Congreso Internacional. En el fondo hay uno de los derechos fundamentales más importantes de la persona humana: el derecho a la libertad religiosa. Y, si se quiere, hay todavía una cuestión más de fondo que es antropológica, el concepto de persona humana, con su horizontalidad pero también con su verticalidad: la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios es sociable por naturaleza, tiene sed de trascendencia, está abierta a Dios.

El derecho a la libertad religiosa no se funda en una disposición subjetiva de la persona, sino en su propia naturaleza. Este derecho compete a los individuos particulares y debe reconocerse también a esos mismos cuando actúan en común, pues la naturaleza social, tanto de la persona humana como de la propia religión, exige comunidades religiosas. Con Constantino, se trató de algo fundamental con gradualidad: se pasa de las catacumbas a la luz del sol, de la privacidad a la publicidad. Se trató de algo esencial para que la Iglesia pudiera realizar su misión: obtener la libertad, si bien sabemos que obtenerla plenamente no siempre es fácil. Esa libertad viene invocada aún después de muchos siglos del famoso Edicto, por el Concilio Vaticano II con estos términos: “Donde está vigente el principio de libertad religiosa, proclamado no sólo con palabras, ni solamente sancionado con leyes, sino también llevado a la práctica con sinceridad, allí, al fin, la Iglesia logra la condición estable de derecho y de hecho para la necesaria independencia en el cumplimiento de la misión divina que las autoridades eclesiásticas reivindican cada vez más intensamente dentro de la sociedad” (Dignitatis Humanae, 13).

Vienen a nuestra consideración en estos momentos, como también en aquel año 313 de la era cristiana, aquellas palabras de Jesús que se han convertido en patrimonio de la humanidad: “Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César” (Mt 22,21). Aquí radica el fundamento y las bases metajurídicas de las relaciones entre religión y política en el siglo IV y siempre. Esta máxima evangélica que surge de nuestra naturaleza humana y que exige el derecho fundamental de libertad religiosa, cambió la concepción política de la persona humana y las relaciones entre el poder político y el cristianismo, entre el Estado y la Iglesia, entre el Estado y las religiones.

Aquellas sabias palabras de Jesús han marcado una distinción entre la comunidad política y la comunidad religiosa. Las relaciones entre estas dos comunidades han ido evolucionando y cambiando durante la historia, hasta llegar, ahora hace 50 años, a una muy exitosa expresión de estas relaciones formulada en el número 76 de la Constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, con estas palabras: “La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas, habida cuenta de las circunstancias de lugar y tiempo”.

El emperador Constantino, el Edicto de Milán y aquellas nuevas relaciones entre el Imperio y la Iglesia serán objeto del estudio de nuestro Congreso. La temática es muy actual, hoy que en nuestro occidente europeo se respira una cultura e incluso una política laicista que pretende que lo que se ha de dar a Dios quede siempre reducido a la privacidad de las personas y que no tenga lugar en el ámbito público de la convivencia social. Quizás se pretende retroceder a la Iglesia de las catacumbas en detrimento del debido reconocimiento del derecho de libertad religiosa de la persona y de las comunidades religiosas y a la necesaria y beneficiosa presencia pública de la Iglesia en la sociedad.

También es cierto que a partir de aquel siglo IV, ha habido siempre una doble tentación en las relaciones entre el poder político y la religión: aquél, servirse de la religión para poder llegar a las consciencias de los ciudadanos y aquélla, servirse del poder político para conseguir sus finalidades espirituales. Una doble tentación que siempre puede emerger y que siempre es necesario vencer. Las palabras evangélicas de Jesús y la enseñanza del Concilio Vaticano II nos ayudarán a lograrlo.

Estimats congresistas, teniu una rica i interessant temàtica per tractar aquests dies que us ajudarà a conèixer millor el passat, per il·luminar el present i així orientar el futur. A tots us desitjo una bona estada i un treball molt fecund.

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