Laicado XXI

La experiencia vivida en Poblet estos días ha sido una prueba evidente de que es posible asumir el espíritu conciliar y hacer realidad su gozosa expansión en los propios ambientes y más allá de ellos

Nos lo dejó muy claro el Concilio Vaticano II hace cincuenta años. El laicado estaba llamado nuevamente a vivir su propio protagonismo en la Iglesia. No se partía de cero, había experiencias lejanas y recientes que avalaban la confianza en que era posible que se reconociera su propia dignidad como hijos e hijas de Dios desde el bautismo y en una misión muy concreta de ser fermento en medio de la sociedad, impregnándola de Evangelio. La novedad era pasar de la colaboración a la corresponsabilidad.

La experiencia vivida en Poblet estos días ha sido una prueba evidente de que es posible asumir este espíritu conciliar y hacer realidad su gozosa expansión en los propios ambientes y más allá de ellos. Nos hemos concienciado más de ello cuando, reunidos en el nombre de Cristo, nos hemos acogido, hemos dialogado, profundizado y rezados juntos. Es lo que debe ser la Iglesia, el ritmo de nuestras comunidades de fe, la proyección social de nuestros compromisos impregnados de Evangelio. Hemos compartido aquello que nos inquieta, observando con lectura creyente la realidad que nos rodea en lo que necesita más presencia y respuesta.

Entre muchas otras cosas, hemos dicho que amamos este mundo y que queremos observarlo con la mirada amorosa y confiada de Dios, que vemos esta sociedad que nos toca vivir como una nueva oportunidad para dar testimonio de la radicalidad del amor de Dios para cada hombre y mujer y, especialmente, para los más pobres, que si perdemos privilegios como Iglesia ganamos en radicalidad evangélica, y por eso es también un buen momento para la Iglesia. Además, queremos colaborar para hacer una Iglesia más servidora del mundo, más en salida y queremos ser testigos de esta fe que llevamos en cántaros de barro.

Hemos añadido, aún, que esto será posible si vivimos en el corazón la alegría de Cristo resucitado, cada día desde la oración confiada, en el silencio y en la vida. En comunidad y en soledad, en familia y en grupo. En Iglesia. Por eso, hemos rezado para que el Señor nos ayude a ser más Iglesia para servir mejor al mundo.

 

Sebastià Taltavull Anglada

Obispo auxiliar de Barcelona

 

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