La amenaza de la indiferencia

Tenemos que reaccionar cuando la dignidad de la persona humana se ve atropellada y, en algunos casos de flagrante violencia, expuesta al trato más ignominioso

Cuando oímos hablar de la globalización de la indiferencia nos preocupa que este sea un fenómeno que vaya en aumento. Sin embargo, en el Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, el papa Francisco acaba de decirnos que «hay muchas razones para creer en la capacidad de la humanidad que actúa conjuntamente en solidaridad, en el reconocimiento de la propia interconexión e interdependencia, preocupándose por los miembros más frágiles y la protección del bien común» (núm. 2). Toda nuestra vida es relación, es ámbito para compartir, para hacer de la sociabilidad y de la apertura al trascendente un medio para interiorizar, comunicarnos y entendernos. Tenemos que reaccionar cuando la dignidad de la persona humana se ve atropellada y, en algunos casos de flagrante violencia, expuesta al trato más ignominioso. El indiferente es incapaz de sentirse afectado, tocado en lo más profundo de su corazón, totalmente ausente ante el dolor ajeno: «No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio» (MV 15). Debemos afrontar la amenaza de la indiferencia que a menudo suele esconder la hipocresía y el egoísmo. Hoy sufrimos la indiferencia ante Dios y el hecho religioso en general como si se tratara de algo que no interesa. El resultado es evidente, ya que conduce a la indiferencia ante el prójimo y todo lo que le rodea. Así, olvidamos a los pobres y no escuchamos el clamor que pide juicio y buen uso de los recursos humanos y naturales. La respuesta es la misericordia, que es la que nos abre el corazón y facilita que nos dejemos afectar por lo que es más miserable, hasta el punto de sentirnos implicados al situarnos a su lado. No cedamos, pues, al chantaje de no sentir compasión. Seamos un oasis de misericordia. El resultado es la paz. Sebastià Taltavull Anglada Obispo auxiliar de Barcelona

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