La alegría de la misión
Una alegría que es la del Evangelio que no queda encerrado como la sal que no sale del salero, sino que se expande por todo el mundo y da buen sabor ofreciendo la amistad de Jesús.

Hace tiempo el papa Francisco nos dijo que «la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad» (EG 27). Esto debe llevarnos a una impostergable renovación eclesial.
Hace ocho días un numeroso grupo de voluntarios y voluntarias hospitalarios de todas las edades, acompañados también de un grupo de chicos y chicas más jóvenes, «salieron» de sus habituales ocupaciones para compartir en el santuario de Lourdes con los enfermos una experiencia cristiana de acompañamiento, ayuda y solidaridad bajo la mirada de la Virgen en un gesto de comunión eclesial con peregrinos de todo el mundo. He tenido la alegría de compartirlo con ellos y me han contagiado la alegría de una misión que —así lo decían— ha ido transformando su interior hasta ver con otros ojos, los del corazón, el misterio de amor que se esconde en aquellos que viven condicionados por el dolor, pero son un alegre testimonio de la presencia del Dios de Jesús, que es todo Amor.
En un diálogo abierto con ellos y en el marco de la oración, se han puesto de manifiesto interrogantes y propuestas y hemos aprendido un poco más a leer desde la fe la inexplicable realidad del sufrimiento, tan presente entre nosotros y en el mundo. Hemos intuido la respuesta en la manera cómo Jesús trata a las personas y la ternura con la que lo hace y cómo, en una misma acción, las transforma en el cuerpo y en el espíritu. Los enfermos son los que han dado testimonio y —como en un milagro— nos transportan a verlo todo con unos nuevos ojos y un corazón que ha quedado tocado por la emoción de sus palabras, la sencillez de sus gestos y la elocuencia de sus silencios. La misión no ha finalizado, ahora continúa más que nunca. La alegría la hace sostenible, firme y verificable cada día.
Sebastià Taltavull Anglada
Obispo auxiliar de Barcelona