Homilía en la Misa de ordenación de presbíteros
[TRADUCCIÓN PENDIENTE] Homilia del Sr. Cardenal Arquebisbe de Barcelona, Dr. Lluís Martínez Sistach, en la Missa d’ordenació dels preveres, Luis Fernando Acosta Romero i Felio Villarrubias Darna Catedral de Barcelona, 23 de desembre de 201 Nos hemos reunido en nuestra estimada basílica catedral de Barcelona para la celebración de la Eucaristía dominical en el IV [...]

[TRADUCCIÓN PENDIENTE]
Homilia del Sr. Cardenal Arquebisbe de Barcelona, Dr. Lluís Martínez Sistach, en la Missa d’ordenació dels preveres, Luis Fernando Acosta Romero i Felio Villarrubias Darna
Catedral de Barcelona, 23 de desembre de 201
Nos hemos reunido en nuestra estimada basílica catedral de Barcelona para la celebración de la Eucaristía dominical en el IV Domingos de Adviento, preludio de Navidad, y por la ordenación sacerdotal de los dos diáconos diocesanos Luis Fernando Acosta Romero y Felio Vilarrubias Darna.
Esta nuestra celebración es muy festiva porque celebramos el amor eterno, infinito y gratuito de Dios que se entregó a la muerte en cruz y resucitó, y su amor a nuestra querida Iglesia de Barcelona dándonos dos nuevos sacerdotes para que la sirvan con generosidad y disponibilidad. Estos días de Adviento la liturgia nos ha hecho vivir las dos anunciaciones que el evangelista Lucas relata: la de Juan y la de Jesús. Las conocemos bastante bien. Dios llamó, invitó a María para ser Madre de su Hijo Unigénito por obra del Espíritu Santo. Dios llamó a Zacarías y Elisabeth para ser padres del precursor. Dios ha llamado también a nuestros hermanos Felio y Luis Fernando, un día, ya hace bastante tiempo, para ser sacerdotes, para que hagan presente a Jesús Buen Pastor en medio de los hombres y mujeres de hoy y, para que actúen en la persona de Cristo en la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos. Y como María, nuestros hermanos, un día ahora hace bastante tiempo respondieron afirmativamente y por esto hoy se disponen a recibir el sacramento del Orden sacerdotal.
Queridos hermanos y hermanas, en ellos y en todos nosotros permanece siempre la presencia de Dios que nos ama, nos llama, nos acompaña con su providencia misericordiosa. Nunca estamos solos y el Señor hace en nosotros mucho más de lo que nosotros hacemos en nosotros mismos. Todos debemos ser muy conscientes de esta presencia amorosa de Dios en cada hombre y en cada mujer de la humanidad. El Evangelio de hoy nos ha dicho que “María se fue decididamente a la montaña” para ayudar a su prima Elisabeth que era mucho más mayor que ella y esperaba un hijo, Juan Bautista.
María, llena de gracia, llena de amor a Dios y a los hermanos, no dudó en hacer un largo camino que supone tres o cuatro jornadas, pese a que ella esperaba al Hijo de Dios, el Mesías. Esta actitud de María llena de amor y de disponibilidad debe ser la que vosotros como sacerdotes habréis de tener y de vivir siempre. Vuestro amor cristiano, por la ordenación sacerdotal será amor pastoral, caridad pastoral, que os pedirá estar siempre disponibles para servir a los feligreses y a los hombres y mujeres que Dios os confíe. Como el Buen Pastor debéis tener vuestro corazón lleno de celo pastoral para tener acogida celosa a los fieles y por tener espíritu misionero y evangelizador hacia quienes no cruzan o están alejados de la Iglesia. Vuestro ministerio presbiteral debe ser siempre vocacional. María entró a casa de Zacarías y saludó Elizabeth. Y María hizo presente el Mesías que traía en su sí virginal.
Así aparece claramente de las palabras de Elisabeth, llena del Espíritu Santo, con la qué saludó María como la Madre de su Salvador. Es la primera proclamación pública de la Encarnación del Hijo de Dios y de la divinidad del fruto de las entrañas virginales de María. Como María, vosotros ahora nuevos presbíteros habréis de llevar a Jesús a los hombres y mujeres de hoy. En un mundo secularizado y, dónde muchos viven como si Dios no existiera, habréis de ejercer vuestro ministerio que pide acercaros a los hermanos, escucharlos y ofrecerlos la misma agua de vida que Jesús ofreció a la mujer samaritana en el pozo de Jacob. Los hombres y mujeres de hoy en medio del desierto espiritual de nuestro mundo se acercan al pozo con el vaso vacío, con el deseo de satisfacer su sed espiritual y encontrar sentido lleno de su vida que sólo Jesús puede ofrecer y que ahora lo hará también por vuestro ministerio. Elisabeth dijo también en María: “Feliz tú que has creído! Aquello que el Señor te ha hecho saber, se cumplirá”. María disfrutaba de la felicidad que da la fe, este don gratuito que recibimos de Dios inmerecidamente.
En este Año de la Fe que el Papa Benet XVI nos ha ofrecido, hace falta que valoremos muchísimo el tesoro de la fe, que le agradecemos al Señor y que trabajamos por conocer más y mejor los contenidos de la fe cristiana, del Credo, y que nos esforzamos por evitar un divorcio entre nuestra fe y nuestra vida. Vosotros, como sacerdotes especialmente, sois hombres de fe, como María que también era una mujer de fe. Aviváis siempre vuestra fe. En vuestro ministerio sacerdotal, todo lo que haréis, diréis y celebraréis sólo se entiende plenamente a la luz de la fe.
Con la fe, la vocación que el Señor os ha dado, Luis Fernando y Felio, es la mejor de todas. Hace falta agradecerle constantemente el don de la fe y el don del sacerdocio. Y así, será verdad también en vosotros aquellas palabras de Elisabeth: felices vosotros porque habéis creído. Porque el Señor a través de vuestro ministerio de evangelización, de catequesis, de celebración de la fe, de la caridad, cumplirá el que ha prometido, es decir, la salvación de los hombres y mujeres de la humanidad.
Felio y Luis Fernando, escuchamos estas entrañables palabras del Beato Joan Pau II: “La conciencia de ser ministros de Jesucristo comporta también la conciencia agradecida y dichosa de una gracia y singular recibimiento de Jesucristo: la gracia de haber sido escogido gratuitamente por el Señor como instrumento vivo de la obra de salvación. Esta elección demuestra el amor de Jesucristo al sacerdote. Precisamente este amor, más que otro amor, exige correspondencia” (Pastoras dabo vobis, 25).
Que améis mucho y siempre a Jesús, mantengáis un trato interpersonal con Él en la oración generosa, centráis vuestra exigencia de santidad en el ejercicio fiel y generoso de la caridad pastoral y tratáis las cosas de Dios y de la Iglesia con pureza de corazón y según las normas de la Iglesia.
Nuestros hermanos Felio y Luis Fernando nos dan testimonio de respuesta generosa a la llamada del Señor. Jóvenes que estáis participando en esta celebración, el Señor también os llama o os llamará a la vocación que ha pensado para cada uno de vosotros. Hoy celebramos la vocación al sacerdocio. El Señor también os llamará a ser sacerdotes, porque Él necesita más sacerdotes para llevar a término su magnífica obra de salvación universal. Si os llama, responded con un sí generoso. Seréis muy felices. A vosotros padres que tenéis hijos, el testimonio de los padres de estos dos nuevos sacerdotes es estimulante. Los padres cristianos deben pedir al Señor que si es su voluntad, llame a uno de sus hijos para que sea sacerdote. Dios escucha la oración de los padres.
En esta Eucaristía agradecemos también el servicio que María nos ha prestado, de darnos el fruto de sus entrañas virginales, el Hijo de Dios y Emmanuel, que adoraremos en el pesebre la noche de Navidad.
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