Homilía del Sr. Cardenal en la Misa de la Mercè
Homilía del Sr. Cardenal de Barcelona, Dr. Lluís Martínez Sistach, en la Misa de la solemnidad de Nuestra Señora de la Merced, patrona de Barcelona y de la Provincia Eclesiástica de Barcelona, en su Basílica, el 24 de septiembre de 2011 Hoy los cristianos y los representantes de la ciudad de Barcelona y de Cataluña [...]
Homilía del Sr. Cardenal de Barcelona, Dr. Lluís Martínez Sistach, en la Misa de la solemnidad de Nuestra Señora de la Merced, patrona de Barcelona y de la Provincia Eclesiástica de Barcelona,
en su Basílica, el 24 de septiembre de 2011
Hoy los cristianos y los representantes de la ciudad de Barcelona y de Cataluña nos reunimos en la basílica de Nuestra Señora de la Merced para celebrar la solemnidad de nuestra Patrona. Esta eucaristía en el día de la Patrona de Barcelona, es uno de los actos más importantes de nuestras fiestas que nos aportan y nos mantienen nuestras lejanas y fecundas raíces cristianas. Hoy más que nunca, a causa de la globalización y a la abundante inmigración de otras etnias, culturas y religiones, que ha venido a nuestra casa, hemos de esforzarnos en mantener nuestra identidad que, como “pueblo de marca” que somos, siempre hemos sabido acoger todo lo que nos han ofrecido los que vienen de fuera, incorporándolo a nuestra identidad y acogiendo a los que vienen, ofreciéndoles lo mejor que tenemos. Por esto, es necesario mantener nuestra propia identidad impregnada de cristianismo con celebraciones muy auténticas.
Nuestra celebración religiosa es una participación más de los cristianos en nuestra fiesta, que pone de relieve la actitud y la actuación de la Iglesia con su deseo de participar en la realización de la personalidad y de la identidad de nuestra Ciudad Condal, histórica y moderna.
En el Evangelio hemos escuchado que María estuvo presente en las bodas de Caná. María también se hizo presente en nuestra ciudad, inspirando y moviendo a San Pedro Nolasco y mi estimado antecesor en esta sede, el obispo Berenguer de Palou, para fundar la Orden de la Merced, los Mercedarios, que fue una realidad el 10 de agosto de 1218 en el altar mayor de la catedral de Barcelona. La presencia de María en nuestra ciudad en aquella ocasión, como siempre, fue muy beneficiosa. La Orden de la Merced nació para liberar a los cautivos que estaban privados de libertad en las prisiones, lejos de la patria. El padre Miquel de Espulgues, nos dice que Nuestra Señora Santa María se digno descender a Barcelona no a modo de una amazona espiritual, o sea, como capitana esforzada de ningún linaje de tropa, sino como una suavísima redentora de cautivos. Por esto, los Padres Mercedarios realizaban este valioso servicio comerciando con aquellos que tenían encarcelados a los cristianos y en todo caso, si esto era preciso, entregándose ellos mismos en rescate de los que gemían en las cárceles de morería.[1]
María inspiró a unos santos catalanes para esta fundación y lo hizo adaptándose a nuestra personalidad e identidad, como pueblo amante del diálogo, de la negociación y de los pactos. La fe cristiana se encarna en todas las culturas y en todos los pueblos de la tierra, respetando todo lo que es bueno y enriqueciéndolo con la riqueza del humanismo cristiano.
El mismo Santo Padre Benedicto XVI, aceptando con generosidad y afecto, la invitación que le hice para presidir la dedicación de la Basílica de la Sagrada Familia, en su visita a Barcelona, el 7 de noviembre del año pasado, conocedor de nuestro país y de nuestra identidad, nos dijo que “en Barcelona he tenido el inmenso gozo de dedicar la Basílica de la Sagrada Familia, que Gaudí concibió como una alabanza en piedra a Dios, y he visitado también una significativa institución eclesial de carácter benéfico-social, el “Nen Déu” (el Niño Dios). Son como dos símbolos –continúa el Papa- en la Barcelona de hoy de la fecundad de esa misma fe, que marcó también las entrañas de este pueblo y que, a través de la caridad y de la belleza del misterio de Dios, contribuye a crear una sociedad más digna del hombre. En efecto, la belleza, la santidad y el amor de Dios conducen al hombre a vivir en el mundo con esperanza.
Hoy vivimos otras esclavitudes y sufrimos otras necesidades. Y tanto María, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Merced, como los cristianos, queremos hacernos presentes en medio de la sociedad para aportar nuestro amor y nuestra fe. Nuestra archidiócesis de Barcelona inaugura un nuevo Plan Pastoral y uno de sus objetivos prioritarios es continuar trabajando en la solidaridad como expresión del amor y de la fe para ayudar a muchas personas y familias que sufren las consecuencias de la crisis económica. Quiero agradecer aquí todo lo que las parroquias, Cáritas y otras instituciones eclesiales están realizando para ayudar al número creciente de personas que piden trabajo y ayuda económica. Ha aumentado la solidaridad de los cristianos ofreciéndose como voluntarios y compartiendo sus bienes. Todo esto es fruto de nuestro amor y de nuestra fe cristiana. Esto es una aportación más de la Iglesia al bien de las personas y de la sociedad. Sin embargo, esta crisis persistente pide una actuación conjunta de los partidos políticos, de los sindicatos, de las patronales y de los grupos económicos, sociales, culturales y religiosos para encontrar soluciones adecuadas. Porque esta crisis no lo es sólo de la Unión Europea, sino que es también universal.
En este sentido, Benedicto XVI, en su encíclica social “La caridad en la verdad”, nos dice que “la religión cristiana y las demás religiones pueden contribuir al desarrollo sólo si Dios tiene un lugar en la esfera pública, con referencia específica a la dimensión cultural, social, económica y, en particular, política”[2]. Y añade: “La negación del derecho a profesar públicamente la propia religión y a trabajar para que las verdades de la fe inspiren también la vida pública, tiene consecuencias negativas sobre el verdadero desarrollo… En el laicismo y en el fundamentalismo se pierde la posibilidad de un diálogo fecundo y de una colaboración provechosa entre la razón y la fe religiosa”[3].
Nuestra solidaridad se enriquece con la mirada de la fe. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo sólo al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Al verlo, con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita.
Con la realización de este objetivo pastoral prioritario nuestra Iglesia de Barcelona se siente fiel a nuestra historia y a nuestra identidad, como ponen de relieve la solemnidad de Nuestra Señora de la Merced y la fundación y la obra de los Padres Mercedarios. Y a la vez somos fieles también a la petición que nos hizo el Papa en su visita a Barcelona. Él nos dijo al final de la visita: “Pido a Dios que en esta tierra catalana se multipliquen y consoliden nuevos testimonios de santidad, que presten al mundo el gran servicio que la Iglesia puede hacer y ha de hacer a la humanidad: ser icono de la belleza divina, llama ardiente de caridad, vía para que el mundo crea en Aquél que Dios ha enviado”.
Como en Caná de Galilea, María está siempre presente en nuestros conciudadanos que pasan por dificultades y sufren: los enfermos, las personas mayores y solas, los que no tienen trabajo ni medios materiales, los que están encarcelados, los que no tienen fe y buscan sentido a la vida, los que están lejos de su patria y de su familia. Nuestra Señora de la Merced, como en Caná, presenta a Jesús todas estas necesidades y sufrimientos para que, como sucedió allá, Jesús convierta el agua en el mejor vino del banquete.