Homilía del Sr. Cardenal de Barcelona, Dr. Lluís Martínez Sistach, en la celebración de la Pasión del Señor
Con mucha devoción estamos celebrando la Pasión del Señor y su muerte en el Calvario. Ayer Jueves Santo commemoravamos la institución de la Eucaristía, dejándonos Jesús su Cuerpo y su Sangre para alimentar nuestra vida de hijos y de hijas de Dios. Si ya era manifestación de su amor hasta el extremo, hoy Viernes Santo, [...]
Con mucha devoción estamos celebrando la Pasión del Señor y su muerte en el Calvario. Ayer Jueves Santo commemoravamos la institución de la Eucaristía, dejándonos Jesús su Cuerpo y su Sangre para alimentar nuestra vida de hijos y de hijas de Dios. Si ya era manifestación de su amor hasta el extremo, hoy Viernes Santo, el Señor confirma este amor que nos tiene entregando su vida cruentament en la cruz.
La Palabra de Dios que hemos escuchado en esta celebración nos ha presentado claramente el sufrimiento de Jesús en estos momentos culminantes de nuestra redención. El profeta Isaías anuncia la pasión que aceptaría y sufriría el Mesías para la salvación de la humanidad, muriendo malherido por nuestros pecados. La carta a los Hebreos nos ha presentado al siervo de Yahvé, al Cristo, que entrega su vida en el ara de la cruz, como sacerdote de la nueva Alianza. Y todo ello se ha realizado al llegar la plenitud de los tiempos como nos ha relatado la pasión del Señor según San Juan.
La pasión y la muerte de Jesús en el Calvario nos abre a todos a la auténtica sabiduría de la cruz. Ante el misterio del mal, del dolor y de la muerte tenemos que acercarnos al Calvario para contemplar la figura de Jesús, Dios y hombre, en la cruz. Él, en el hecho de su muerte, pasó por la soledad y por el sufrimiento propios de todo moribundo. Por eso, Jesús exclamó en la cruz al Padre: «Dios mío, Dios mío, ¿porque me has abandonado?». De esta manera Jesús está muy cerca de todos nosotros, de toda persona humana, que seguimos paso a paso el camino de una vida que desemboca indefectiblemente en el dolor de la muerte. Contemplando a Jesús muerto en la cruz, recibamos luz para entender y aceptar el dolor y la muerte. Por eso el Señor en la cruz dirigiéndose al Padre exclama: «En tus manos encomiendo mi espíritu». Porque la muerte es aniquilación total, soledad máxima, y al mismo tiempo, es el paso hacia el Padre. Esto nos da plena confianza.
Captar la sabiduría de la cruz es un don de Dios que debemos pedir, porque nuestro instinto nos lleva a rechazar el sufrimiento y la cruz. Con el don de la fe cristiana podemos entender aquellas palabras del apóstol san Pablo que predicaba a Jesús y un Jesús crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los griegos, pero sabiduría y salvación para los creyentes.
Jesús ha muerto en cruz para la salvación de toda la humanidad. Él nos ha llamado y nos ha enviado a comunicar a todos este amor salvador. Por eso, al pie de la cruz del Señor nos sentimos más misioneros y evangelizadores, agradeciéndole que haya entregado su vida por nosotros y por todas las personas de siempre y de todos lados. Hoy, acompañando a Jesús en su pasión y su muerte, le tenemos que decir que entregaremos más y más nuestra vida para anunciar a los hermanos este grandísimo amor con que los ama, y lo haremos con alegría, con convencimiento, sin miedo ni vergüenza. Porque hay muchos hombres y muchas mujeres que necesitan y esperan este anuncio de la Buena Nueva de la muerte y resurrección de Jesús, y a nosotros nos corresponde ofrecer este anuncio para que puedan tener un encuentro personal con Jesucristo, el único que dará sentido pleno a sus vidas. Como sabéis bien, esta exigencia misionera y evangelizadora que surge de nuestro bautismo, constituye también el gran objetivo que nos proponemos en el Plan Pastoral de nuestra Iglesia de Barcelona.
Hoy adoraremos de una manera especial la cruz de Cristo que nos ha redimido. Lo haremos con devoción, amor y agradecimiento, cantando: «Mirad el árbol de la cruz, donde murió el Salvador del mundo. Venid y adoremoslo». Besando la cruz de Cristo entenderemos mejor, con la mirada de Dios, el significado redentor de la cruz que todos llevamos.
Jesús ha muerto para todos y en esta celebración de Viernes Santo pediremos por toda la Iglesia, por todas las necesidades del pueblo de Dios que peregrina en el mundo y por toda la humanidad. La cruz y la muerte del Señor ponen de relieve la salvación universal que Él nos ha ofrecido y nos mueve a ser más misioneros y evangelizadora.Nos uniremos todos en la plegaria universal por la Iglesia, por el Papa especialmente en estos momentos que Sufre incomprensiones en los medios de comunicación, por los catcúmenos, por la unidad de los cristianos, por los judíos, por los que no crean en Cristo, por las Autoridades y por las Necesidades de todos.
Y contemplando la cruz pensaremos en el Calvario allí en Jerusalén, y, también, en Tierra Santa y en la difícil situación de las comunidades cristianas por la falta de paz auténtica en el país donde Jesús, el Príncipe de la paz, nació, vivió, murió y resucitó; pensaremos en esta tierra amada por Jesús y por la que lloró y pediremos que judíos y palestinos encuentren una paz auténtica y permanente, y ayudaremos con nuestra aportación económica a las grandes necesidades materiales de las comunidades cristianas que hay en Palestina, pero que desgraciadamente por estas dificultades materiales van disminuyendo.
Nuestra celebración concluirá con la comunión, participando el Cuerpo de Cristo que se ha entregado a la muerte y a la resurrección. La comunión nos unirá más al Señor para profundizar en toda la riqueza de la sabiduría de la Cruz de Jesús y así aceptar y amar nuestra propia cruz.