Homilía del Sr. Cardenal Arzobispo en la celebración solemne del Corpus Christi
Homilía del Sr. Cardenal Arzobispo de Barcelona, Mons. Lluís Martínez Sistach en la celebración solemne del Corpus Christi en la Catedral de Barcelona, 6 de junio de 2010 Nos hemos reunido aquí en la Catedral procedentes de las parroquias, movimientos e instituciones diocesanas para celebrar la Eucaristía en la Solemnidad de Corpus Christi. Esta fiesta [...]
Homilía del Sr. Cardenal Arzobispo de Barcelona, Mons. Lluís Martínez Sistach en la celebración solemne del Corpus Christi en la Catedral de Barcelona, 6 de junio de 2010
Nos hemos reunido aquí en la Catedral procedentes de las parroquias, movimientos e instituciones diocesanas para celebrar la Eucaristía en la Solemnidad de Corpus Christi. Esta fiesta tan arraigada en nuestra tradición religiosa es la fiesta de dos amores: el amor a Jesucristo, realmente presente en el sacramento de la Eucaristía, el amor a los hermanos que son como otro Cristo. El Señor está presente en la Eucaristía y en cada uno de los hombres y mujeres que nos rodean.
Corpus Christi es una fiesta eminentemente cristiana, que recuerda la institución de la Eucaristía por Jesucristo el Jueves Santo en el Cenáculo de Jerusalén. Es la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Jesús que él nos ha dejado como alimento de la vida de hijos e hijas de Dios que hemos recibido por el sacramento del bautismo. Nos lo ha recordado el apóstol Pablo en la lectura que hemos escuchado haciendo referencia a la tradición que él había recibido y que viene del Señor: Jesús la noche que debía ser entregado -aquel primer Jueves Santo- tomó el pan, y, diciendo la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, entregado por vosotros. Haced esto en memoria mía”. Igualmente tomó el cáliz, después de cenar, y dijo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre. Cada vez que bebáis, hacedlo en memoria mía».
En la fiesta del Corpus Christi agradecemos muchísimo al Señor que nos haya querido tanto dejándonos no sólo su Palabra, sino también su Cuerpo y su Sangre. Y nuestro agradecimiento se traduce en amor al Señor Jesús para corresponder a su amor sin límites, y se traduce también en amor a los hermanos. Para poder comulgar el Cuerpo y la Sangre del Señor se pide la preparación de amar a Dios y los hermanos, de no tener pecado, porque el pecado es lo opuesto al amor.
Todos los cristianos que mantenemos la comunión con la Iglesia estamos invitados a celebrar la Eucaristía, sea cual sea nuestra procedencia y nuestra condición social. Todos los cristianos en cualquier comunidad cristiana del mundo se encuentran en su casa, porque la Iglesia es católica, universal y nadie es forastero. Esto lo vemos y lo experimentamos en nuestras comunidades parroquiales -y hoy también aquí esta tarde-, donde cristianos procedentes de diferentes países del mundo se reúnen juntos para celebrar la Eucaristía, sacramento de comunión y de amor. Recuerde lo que nos ha dicho el apóstol: «Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Ga 3, 28). Benedicto XVI afirma que en estas palabras se percibe la verdad y la fuerza de la revolución cristiana, la revolución más profunda de la historia, que se experimenta precisamente en torno a la Eucaristía.
La Eucaristía no puede ser nunca un hecho privado, reservado a personas escogidas según afinidades o amistad. Esta tarde no hemos decidido con quién queríamos reunirnos, hemos venido aquí y nos hemos encontrado unos juntos a otros, reunidos por la fe y llamados a convertirnos en un único cuerpo, compartiendo el único Pan que es Cristo. Por eso Corpus Christi nos recuerda principalmente que ser cristianos significa reunirse desde todas partes para estar en la presencia del único Señor y ser uno en Él y con Él. En este sentido, el tercer objetivo de nuestro Plan Pastoral Diocesano consiste en facilitar la participación de los inmigrantes en las comunidades cristianas. Los inmigrantes son cristianos que providencialmente ofrecen a la Iglesia diocesana de Barcelona la oportunidad de realizar más intensamente su vocación católica, abierta a todo el mundo.
Corpus Christi es la fiesta de dos amores: Jesús y los hermanos. Como nos pide el Concilio Provincial Tarraconense del año 1995, hay que revivir la tradición, tan intensamente vivida en los primeros siglos de la Iglesia, de vincular visiblemente la celebración de la Eucaristía con la caridad fraterna, insistiendo de manera particular en la relación entre la Fracción del Pan y la comunión cristiana de bienes, en la lógica que lleva del hecho de compartir los bienes eternos a compartir los bienes temporales, y en la coherencia que impulsa a las Iglesias ricas a abrirse a las necesidades de las Iglesias pobres (cf. Resolución 77, a).
Por este motivo se ha unido a la fiesta de Corpus Christi la celebración del Día de la Caridad, en que Cáritas Diocesana da cuenta de sus actividades y en que se hace una colecta destinada a esta institución que, como se ha dicho acertadamente, no es tan sólo una institución de Iglesia, sino que es la misma Iglesia.
El lema de la actual campaña del Día de la Caridad dice así: “Respuestas para los que más necesitan salir de la crisis económica”. Los cristianos, consecuentes con las enseñanzas de Jesús de que el amor a Dios y el amor a los hermanos son inseparables, estamos llamados –junto con muchos otros hombres y mujeres de buena voluntad- a promover obras de solidaridad social, sobre todo en estos momentos de grave crisis económica con más de cuatro millones de parados, dando así respuestas a los que más necesitan salir de la crisis.
Cáritas diocesana ha puesto de relieve el alarmante aumento de las personas que acuden a ella por primera vez y de las que vuelven después de al menos diez años, fundamentalmente por la falta de trabajo y por las muchas familias que no tienen subsidio de paro. Son muchas las necesidades que han de afrontar las Cáritas parroquiales y no siempre se dispone de los medios requeridos. Ante esta situación, el segundo objetivo de nuestro Plan Pastoral diocesano consiste en crecer en la solidaridad ante la crisis económica y es impresionante las iniciativas y la generosidad que se da en las parroquias e instituciones de Iglesia. No obstante, ante esta grave situación, la Administración, dada la responsabilidad que le corresponde, ha de incrementar su capítulo de bienestar social, el reajuste económico no ha de repercutir en los más necesitados, y es necesario trabajar con mayor coordinación con el trabajo que realizan las Cáritas y otras instituciones para ayudar mejor y más eficazmente a las personas necesitadas.
Deseo referirme brevemente a un aspecto constitutivo de la fiesta que celebramos: es el de caminar con el Señor. Es la realidad manifestada por la procesión que celebraremos juntos tras la misa, como una prolongación natural de la misma, avanzando tras Jesús que es el Camino. Con el don de sí mismo, el Señor nos libera de nuestra parálisis, nos vuelve a levantar y nos pone en camino con la fuerza de este Pan de la vida que es la Eucaristía. Como afirma el Santo Padre Benedicto XVI, “la procesión del Corpus Christi nos enseña que la Eucaristía nos quiere liberar de todo abatimiento y desconsuelo, quiere volver a levantarnos para que podamos retornar el camino con la fuerza que Dios nos da a través de Jesucristo”.
La Eucaristía es el sacramento del Dios que no nos deja solos en el camino, sino que se pone a nuestro lado y nos indica la auténtica dirección. Dios nos ha hecho libres, pero no nos ha dejado solos; se ha hecho él mismo camino y ha venido a caminar junto a nosotros para que nuestra libertad tenga el criterio para discernir el camino justo y recorrerlo.
Acompañaremos a Jesús Sacramentado durante la procesión adorándolo. Adorar al Dios de Jesucristo, que se hizo pan partido por amor, es el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y de hoy. Quien se inclina ante Jesús no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea. Nosotros los cristianos sólo nos arrodillamos ante el Santísimo Sacramento, porque en él sabemos y creemos que está presente el único Dios verdadero, que ha creado el mundo y lo ha amado hasta el punto de entregar a su unigénito Hijo (cf. Jn 3, 16).
Con Sumo gozo, el día 7 de noviembre de este año, el Santo Padre Benedicto XVI vendrá a Barcelona para dedicar el Templo de la Sagrada Familia. Su visita apostólica pone de relieve su afecto hacia nosotros. Él vendrá a confirmarnos en la fe y él presidirá la Eucaristía en aquel magnífico templo. Queremos desde ahora agradecerle al Santo Padre este gesto de benevolencia preparándonos con la oración, el cumplimiento de nuestros compromisos en la Iglesia y en la sociedad y con la creciente solidaridad con los pobres y necesitados. Encomendemos esta visita para que dé muchos frutos espirituales y pastorales y acojamos todos al Papa por las calles de Barcelona y vayamos con él a la Sagrada Familia.