Homilía del Cardenal en la romería de El Rocio
Homilía del Sr. Cardenal Arzobispo de Barcelona, Dr. Lluís Martínez Sistach, en la Misa de la Romería de Ntra. Sra. del Rocío. 27 de mayo de 2012 Con gran emoción y profunda devoción nos hemos reunido a los pies de la Virgen del Rocío para celebrar la Eucaristía en este entrañable santuario de Almonte. Quiero [...]

Homilía del Sr. Cardenal Arzobispo de Barcelona, Dr. Lluís Martínez Sistach,
en la Misa de la Romería de Ntra. Sra. del Rocío. 27 de mayo de 2012
Con gran emoción y profunda devoción nos hemos reunido a los pies de la Virgen del Rocío para celebrar la Eucaristía en este entrañable santuario de Almonte. Quiero agradecer al querido hermano Obispo de Huelva que me haya invitado a presidir esta eucaristía. Lo hago con gran satisfacción, acompañando a dos Hermandades de mi querida Iglesia de Barcelona, una de ellas –la de Cornellà- que celebra con agradecimiento y gozo que este año haya sido aceptada como filial. En Barcelona y en Cataluña el Rocío está muy presente y deseaba vivir estas vivencias que estoy experimentando estos días en el Santuario de la Virgen del Rocío.
Hoy los cristianos, además de esta importante Romería, celebramos una solemnidad de mucho calado: la venida del Espíritu Santo, la Pascua de Pentecostés. Estas dos fiestas, la del Espíritu Santo y la de la Virgen del Rocío, la Blanca Paloma, se han unido, las celebramos juntas, por la íntima relación entre la Virgen María de Nazaret y el Espíritu Santo. Todos sabemos y creemos que Dios nos ha querido salvar por la encarnación de su Hijo en las entrañas virginales de María, la cual concibió al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Recordamos las palabras del ángel en la anunciación: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por esto, el fruto santo que nacerá, le llamarán Hijo de Dios” (Lc 1, 35).
La Palabra de Dios nos ha recordado la venida del Espíritu Santo en el Cenáculo de Jerusalén. Allí los apóstoles estaban reunidos con María, la Madre de Jesús, en actitud de oración y de espera del Defensor que Jesús les había prometido. Allí estaba presente la Iglesia naciente con María acompañando a los apóstoles, los cuales, al recibir el Espíritu Santo, dejaron el Cenáculo y salieron para anunciar a todo el mundo la Buena Nueva del Evangelio.
La Virgen del Rocío por amor a todos los hombres y mujeres de la humanidad, a todos nosotros, aceptó la invitación de Dios de ser la Madre de su Hijo, dándonos así a nuestro único Salvador. María nos ha dado a su Hijo – Dios y hombre – que nació en Belén y Jesús en el Calvario nos dio a su madre en la persona del apóstol Juan.
Se da una particular correspondencia entre el momento de la encarnación del Hijo de Dios y el momento del nacimiento de la Iglesia, Pentecostés. La persona que une estos dos momentos es María: María de Nazaret y María en el Cenáculo de Jerusalén.
El amor que la Blanca Paloma nos tiene a todos los hombres y mujeres de la humanidad, a todos los rocieros y rocieras, es mucho más que el amor que nos tienen, y esto es mucho decir, nuestras madres. Ella, la llena de gracia, la que no tuvo ni pecado original ni personal, es nuestra Madre que nos acompaña siempre, nunca nos olvida ni nos abandona. Ella, como en las Bodas de Caná, está atenta a las necesidades espirituales y materiales que tenemos y por su inmenso amor materno se siente solidaria de nuestras indigencias. En Caná de Galilea se manifestó solamente un aspecto concreto de la indigencia humana, aparentemente pequeño y de poca importancia, dado que a aquellos nuevos esposos les faltaba vino para el banquete. Pero esto tiene un valor simbólico. María se siente solidaria de todas nuestras necesidades y dificultades: dolor, enfermedad, falta de trabajo, desavenencias conyugales y familiares, violencia, falta de fe, falta de confianza en Dios, etc. María, como en Caná de Galilea, acude a Jesús y le presenta nuestras indigencias. Ella se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de nuestras privaciones, indigencias y sufrimientos. María es mediadora de todas las gracias e intercede por nosotros.
Aquí estamos con María del Rocío para llenarnos de la Gracia del Espíritu Santo. Aquel día de Pentecostés habían llegado a Jerusalén hombres y mujeres de las más distintas procedencias y lenguas. El Espíritu de amor les facilitó entenderse. Todos hablaban el mismo lenguaje del amor. Aquí todos hablamos este mismo lenguaje porque imitamos a la Señora de las Marismas que es todo amor.
La Virgen del Rocío nos quiere tanto, tanto, tanto, que da siempre a todos los rocieros y rocieras un mensaje que es un auténtico tesoro. Ella nos dice estas palabras llenas de sabiduría: “Haced todo lo que Jesús os diga”. Porque ella sabe que si hacemos lo que el Señor nos ha dicho en el Evangelio y la Iglesia nos lo predica y enseña, seremos plenamente felices, nuestras indigencias encontrarán solución, seremos muy buenas personas, buenos cristianos y conseguiremos la auténtica felicidad en este mundo y el tesoro del cielo.
Los que servían en el banquete nupcial de Caná llenaron de agua las tinajas porque Jesús les dijo que lo hicieran. Sin embargo, era vino lo que faltaba en aquel banquete, no agua. Pero la intercesión de María y la obediencia de los criados, realizó el primer milagro de Jesús: aquella agua se convirtió en el mejor vino del banquete. Hacer todo lo que Jesús nos dice siempre tiene buen resultado.
Si amamos de verdad a nuestra Blanca Paloma, si la llevamos en nuestro corazón, hemos de poner en práctica este mensaje que nos dirige constantemente. Hemos de rezar cada día, leer la Biblia solos o en familia, ir a misa todos los domingos, amar a Dios y a los hermanos, compartir nuestro tiempo y nuestros bienes con los pobres y necesitados, cumplir responsablemente nuestras obligaciones familiares, profesionales, sociales y eclesiales, etc.
María sabe que hacer lo que Jesús nos pide no siempre es fácil. Por esto, como en el Cenáculo, ella intercede para que hoy en esta fiesta de Pentecostés recibamos abundantemente el Espíritu Santo, que es nuestro Defensor. El Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad, habita desde el bautismo en nuestros corazones y él nos conduce por este peregrinaje, por esta romería, que hacemos hasta aquí, al Santuario del Rocío, que es una etapa de la romería más larga que estamos recorriendo hacia la Jerusalén celestial.
Hoy tenemos muy presentes a nuestros seres más queridos que ya han muerto y que encomendamos a la intercesión de nuestra bellísima Blanca Paloma, Nuestra Señora del Rocío, para que hayan llegado al término de su romería y estén en el cielo gozando eternamente de Dios.
Nos corresponde a todos comunicar a nuestros hermanos este amor maternal de María y la Buena Nueva del Evangelio de Jesús. Somos misioneros y evangelizadores y nuestro amor a los hermanos nos impele a ofrecerles el tesoro que poseemos: Jesús, Dios y hombre, Hijo de María que ha dado la vida por toda la humanidad. La Virgen del Rocío nos invita a trabajar en la nueva evangelización. La Blanca Paloma nos acompañará en esta tarea. La Reina de las Marismas nos ayudará siempre para hacer todo.