Homilia de la Misa de acción de gracias en la Sagrada Familia
Homilía del Cardenal Lluís Martínez Sistach, en la celebración de acción de gracias por la Visita del Santo Padre y del Dia de la Familia y de la Vida Basílica de la Sagrada Familia, sábado 18 de diciembre 2010 Con gozo hemos vivido la visita pastoral del Santo Padre Benedicto XVI los días 6 y [...]
Homilía del Cardenal Lluís Martínez Sistach, en la celebración de acción de gracias por la Visita del Santo Padre y del Dia de la Familia y de la Vida
Basílica de la Sagrada Familia, sábado 18 de diciembre 2010
Con gozo hemos vivido la visita pastoral del Santo Padre Benedicto XVI los días 6 y 7 del mes de noviembre de este año. Ha sido un auténtico don de Dios. El Papa ha visitado nuestra Iglesia de Barcelona y nos ha manifestado su afecto y su solicitud apostólica. Venimos a dar gracias a Dios por esta inolvidable visita, y lo hacemos aquí, en la Basílica de la Sagrada Familia que el Santo Padre ha dedicado. Nuestra plegaria eucarística es, también, para la preciada institución del matrimonio y de la familia y por el valor innegociable de la vida humana, desde el primer momento de la concepción hasta la muerte natural.
Nuestra celebración nos hará recordar constantemente la celebración que el Santo Padre presidió hace más de un mes. Os hablo con el corazón lleno de alegría por aquel importantísimo evento, como no dudo que también vosotros queridos diocesanos la experimentáis, participando de aquella alegría que, como nos dijo el Papa, experimentó él mismo al «dedicar el templo de la Sagrada Familia, obra del genial arquitecto Antoni Gaudí -alabanza a Dios hecha de piedra- y visitar la Obra del Niño Dios, iniciativa que pone de manifiesto que la caridad es el distintivo de la condición cristiana».
Deseo expresar, en nombre de toda la Iglesia de Barcelona, nuestra emotiva gratitud al Santo Padre por habernos honrado con su visita, por habernos animado en el cumplimiento de nuestra misión como Iglesia, por habernos dado ánimo e ilusión para no desanimarnos ante las dificultades y por habernos ayudado a adquirir una mayor conciencia de ser una Iglesia local en comunión con la Iglesia universal, extendida desde Oriente a Occidente.
Uno de los frutos de las visitas del Papa consiste en darnos cuenta de que cada una de las Iglesias locales merece ser destinataria del interés del Papa. Cada una de las Iglesias diocesanas es un santuario viviente, una asamblea de personas que en la confesión de la fe hacen visible la presencia de Cristo entre los hombres. La visita del Papa nos ha hecho tomar mayor conciencia de nuestra Iglesia diocesana y nos anima a amarla más. Estimar nuestra archidiócesis es amar a la Iglesia de Cristo. Deseo agradecer a todos el trabajo que hacéis con la oración y la acción, con vuestros compromisos en las comunidades y en la sociedad; todo ello es una manifestación de su amor a la Iglesia que como madre nos ha engendrado a la vida de hijos e hijas de Dios y alimenta esta nueva vida con la Palabra y los sacramentos.
Dios, amigo del hombre y amigo de la vida
El tema central de las palabras del Papa Benedicto XVI en Barcelona y Santiago ha sido el de Dios. Es bien conocido que la primera prioridad del Papa en su pontificado es llevar a los hombres de hoy al acceso a Dios. El tema de Dios es de una importancia capital en nuestras sociedades del occidente europeo, en las que un gran número de personas viven como si Dios no existiera, con todas las consecuencias negativas y dolorosas que esto tiene para el bien de las personas y de la sociedad.
Dedicar esta majestuosa y bellísima basílica de la Sagrada Familia a Dios en medio de la ciudad cosmopolita de Barcelona es de alguna manera ofrecer una presencia de Dios y de la Iglesia no oculta sino muy visible en toda la ciudad. Hoy es muy necesario facilitar espacios reservados al diálogo entre Dios y los hombres, al culto litúrgico y a la alabanza a Dios.
Benedicto XVI nos ha dicho que «es una tragedia que en Europa, sobre todo en el siglo XIX, se afirmara y divulgara la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad. Con ello se quería oscurecer la verdadera fe bíblica en Dios”. La dedicación de esta Basílica en una época en la que el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios, como si ya no tuviera nada que decirle, resulta un hecho de gran significado y de mucha actualidad.
Benedicto XVI afirma que «Dios es el origen de nuestro ser y fundamento y cumbre de nuestra libertad, no su oponente». Ante esta verdad, el Papa se hace unas preguntas dada la realidad de indiferencia religiosa que se respira en Europa: «¿Cómo se fundará a sí mismo el hombre mortal y cómo se reconciliará consigo mismo el hombre pecador? ¿Cómo es posible que se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana?»
El Papa Benedicto recordaba a esta Europa tan olvidadiza de sus raíces cristianas que Dios es amigo de los hombres y nos invita a ser amigos suyos. Gaudí, con su obra llena de belleza, de exaltación de la naturaleza creada por Dios y rica de simbología religiosa, «nos muestra que Dios es la verdadera medida del hombre». Y el secreto de la auténtica originalidad de este maravilloso templo, que ha hechizado al mundo, radica, como decía Gaudí, en volver al origen que es Dios. Como afirma el mismo Santo Padre, el arquitecto de la Sagrada Familia, abriendo su espíritu a Dios, ha sido capaz de crear en esta ciudad de Barcelona un espacio de belleza, de fe y de esperanza que lleva al hombre al encuentro con quien es la Verdad y la Belleza misma”.
La gloria de Dios y la gloria del hombre
El Papa, en sus mensajes, ha tratado también de este otro tema muy actual: el hombre como tal en su relación con Dios. El hombre, con su inteligencia y con sus obras, está llamado a dar gloria a Dios. «En este recinto, Gaudí quiso unir la inspiración que le llegaba de los tres grandes libros en los que se alimentaba como hombre, como creyente y como arquitecto: el libro de la naturaleza, el libro de la Sagrada Escritura y el libro de la Liturgia”. Hay una armonía entre estos tres libros, porque es el mismo Dios el que crea y el que salva. Benedicto XVI, en su reciente Exhortación postsinodal Verbum Domini, nos habla de la «cristología de la Palabra» y nos dice que «podemos contemplar así la profunda unidad en Cristo entre creación y nueva creación y de toda la historia de la salvación» (Verbum Domini, exhortación postsinodal sobre la Palabra de Dios, de 30 de septiembre de 2010, 13).
El Papa, en la Sagrada Familia, nos dijo que el arquitecto de Dios «hizo algo que es una de las tareas más importantes de hoy: superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a la vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza […]. Gaudí, con su obra, nos muestra que Dios es la verdadera medida del hombre. Que el secreto de la auténtica originalidad radica, como decía él, en volver al origen que es Dios”.
Ya San Ireneo de Lyon, en el siglo II de la era cristiana, decía que la gloria de Dios es el hombre viviente: «Gloria Dei homo Vivens». Si en la Sagrada Familia el Papa nos invitó a unirnos a la glorificación de Dios ante aquel Cántico de las criaturas en piedra y en luz, en la plaza del Obradoiro unió a la gloria de Dios la gloria del hombre, porque la causa de Dios y la causa del hombre son inseparables: «Este Dios y este hombre son los que se han manifestado concreta e históricamente en Cristo». «Dejadme que proclame desde aquí la gloria del hombre, que advierta de las amenazas a su dignidad por el expolio de sus valores y riqueza originarios, por la marginación o la muerte infligidas a los más débiles y pobres».
Esto es lo que la Iglesia quiere aportar a Europa: velar por Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que se nos ofrece de ambos en Jesucristo. Este es un gran objetivo que el Papa nos pide que trabajemos como una tarea de cada cristiano y de nuestras comunidades e instituciones de Iglesia. Es un trabajo estimulante. Pide la participación de todos los que amamos a Dios, la Iglesia y los hermanos. Para ello la construcción del exterior de la Sagrada Familia que se está haciendo puede ser como una parábola para realizar esta propuesta que nos ha ofrecido Benedicto XVI. Necesitamos un espíritu de fe y de esperanza, nos falta un trabajo constructivo bien solidario y complementario, apoyándonos unos a otros y para este trabajo todos somos necesarios.
Un espacio de fe, de belleza y de esperanza
Hacia el final de su homilía en la Sagrada Familia, el Papa nos hizo esta confidencia: «Al contemplar admirado este recinto santo de sorprendente belleza, con tanta historia de fe, pido a Dios que en esta tierra catalana se multipliquen y consoliden nuevos testimonios de santidad, que presten el mundo el gran servicio que la Iglesia puede y debe prestar a la humanidad: ser icono de la belleza divina, llamada ardiente de caridad, vía para que el mundo crea en Aquel que Dios ha enviado (cf. Jn 6,29)».
De esta manera, como nos dijo el Papa al despedirse la tarde del 7 de noviembre, podremos trabajar para mostrar al mundo la fecundidad de la fe cristiana, «en la que se hermanan verdad y belleza y que contribuye a través de la caridad y de la belleza del misterio de Dios a crear una sociedad más digna del hombre. En efecto, la belleza, la santidad y el amor de Dios llevan al hombre a vivir en el mundo con esperanza”.
Aunque la cultura actual de nuestro occidente europeo es poco sensible a la trascendencia, el hombre creado a imagen y semejanza de Dios busca el sentido de la vida y a menudo se plantea interrogantes que trascienden el espacio y el tiempo, creado como es para la eternidad. La basílica de la Sagrada Familia atrae porque la nueva arquitectura que Gaudí inició descansa sobre lo que el espíritu humano busca con insistencia: la proporción, la armonía, en definitiva, la belleza. Se puede decir que es una cartografía de lo sagrado, un gran mapa abierto donde el mundo puede leer las grandes preguntas de la vida, del origen y del fin, del cielo y de la tierra.
El Evangelización con la vida y las palabras
La Iglesia lleva a cabo su propio camino interior, aquel que la conduce, a través de la fe, la esperanza y el amor, a hacerse transparencia de Cristo para el mundo. La misión de la Iglesia consiste en anunciar a Jesucristo, ya que la Iglesia existe para evangelizar. El Papa, en la homilía de la dedicación de la Sagrada Familia, nos ha dicho que «la Iglesia no tiene consistencia por sí misma, está llamada a ser signo e instrumento de Cristo, en pura docilidad a su autoridad y en total servicio a su mandato”. Deberíamos hablar menos de la Iglesia y centrar la atención más en Jesucristo. El mismo Benedicto XVI, al inicio de su encíclica Dios es amor, nos dijo que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida» (Nº 1). Esta persona es Jesucristo.
En la Carta Pastoral Anunciad a todos el Evangelio, de 24 de septiembre de 2009, pedí que toda la diócesis sea misionera y evangelizadora. Hoy tenemos el reto de la evangelización para anunciar la vida y el mensaje de Jesucristo. Anunciando con la palabra y el testimonio de la propia vida a Jesucristo Dios y hombre, estamos realizando lo que el Papa nos ha dicho que es «el gran trabajo», que consiste en «mostrar a todos que Dios es Dios de paz y no de violencia, de libertad y no de coacción, de concordia y no de discordia”. Así podremos dar un testimonio cristiano en nuestro mundo «con alegría, coherencia y sencillez, en casa, en el trabajo y en el compromiso como ciudadanos». Porque «no hay mayor tesoro que podamos ofrecer a nuestros contemporáneos».
Con la dedicación del templo de la Sagrada Familia presidida por el Santo Padre, el mundo ha fijado sus ojos no sólo en el exterior de la basílica, sino también en su interior. Y ha quedado maravillado. Su belleza y su riquísima simbología bíblica, teológica, litúrgica y catequética se ponen al servicio de la evangelización y de la catequesis. Gaudí lo proyectó proféticamente hace 128 años. Él sabía que levantaba algo singular por su profundidad, por su capacidad de emocionar y por su posibilidad de hablar con registros plásticos arquitectónicamente innovadores y espiritualmente densos.
Ante los millones de personas que anualmente visitan esta obra cabe preguntarse: ¿Qué les impulsa a conocer la obra de este místico cristiano, cuando muchos parecen personas religiosamente indiferentes y muchos otros ni siquiera cristianos? ¿Este interés por la Sagrada Familia no será signo de una petición de espiritualidad y de búsqueda de Dios? Pienso que tenemos que aprovechar las celebraciones del culto litúrgico con toda su belleza y la realidad única de la basílica, como he indicado antes, para evangelizar y catequizar a aquellos que con interés entran en su interior para poder saborear anticipadamente de alguna manera la belleza, la alegría y la paz de la Jerusalén celestial.
La familia de Nazaret y las familias cristianas
En el Ángelus, el Papa reafirmó «la dignidad y el valor primordial del matrimonio y la familia, esperanza de la humanidad, en la que la vida humana encuentra acogida, desde su concepción a su declive natural». Y en la homilía de la misa de la dedicación había abogado «por adecuadas medidas económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena realización, porque el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado, porque se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción, porque la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por ello, la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya todo lo que promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar”.
El matrimonio es la íntima comunidad de vida y de amor entre un hombre y una mujer abierta a la vida. La familia, fundada en el matrimonio, es una auténtica iglesia doméstica donde sus miembros dan culto y alabanza a Dios en sus corazones compartiendo la vida y el amor. Es, también, la primera escuela para la formación de los hijos en la fe, las virtudes humanas y cristianas y el compromiso social. Con razón el Concilio Vaticano II ha podido decir que «el bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado con una feliz situación de la comunidad conyugal y familiar» (Gaudium et spes, 47).
Benedicto XVI nos regaló en la basílica de la Sagrada Familia un mensaje que considero que en belleza teológica y moral está a la altura de la belleza del templo de Antoni Gaudí. Conviene que lo mantengamos en nuestra memoria y en nuestro espíritu. El Papa, pasando de la familia a la comunidad de la Iglesia, añadía que «nos ha enseñado que toda la Iglesia, escuchando y cumpliendo su Palabra, se convierte en su Familia». Mucho tenemos que aprender de esta visión de la Iglesia. Pero de la Iglesia el Papa Benedicto XVI no dudaba en pasar a la sociedad entera haciendo una propuesta, no una imposición: «Y, aún más, nos ha encomendado ser semilla de fraternidad que, sembrada en los corazones, anime la esperanza”. El Papa sabe que la esperanza es una gran necesidad de nuestra humanidad actual.
Hoy, con la celebración de la Eucaristía, rogamos por la vida humana desde su inicio hasta la muerte natural. Este el derecho fundamental más importante. La Iglesia ha defendido siempre la vida del que va a nacer y la sociedad manifiesta su grado de humanización en el respeto que tiene a la vida humana. La presencia del Santo Padre en la Obra del Niño Dios fue una manifestación del valor que da a la vida humana sin o con minusvalías y el compromiso que la Iglesia y los cristianos debemos asumir para ayudar a las mujeres embarazadas para que no se vean encaminadas u obligadas por circunstancias adversas a recurrir al aborto. El Papa afirmó que «es imprescindible que los nuevos desarrollos tecnológicos en el campo médico nunca vayan en detrimento del respeto a la vida y a la dignidad humana, de manera que aquellos que sufren enfermedades o minusvalías físicas o psíquicas puedan recibir siempre el amor y aquellas atenciones que los hagan sentir valorados como personas en sus necesidades concretas”.
La solidaridad con los pobres y enfermos
En medio de la crisis económica que estamos viviendo en el mundo y también en nuestro país, con consecuencias tan negativas y dolorosas para muchas personas y familias, el Papa dijo: «Yo quisiera invitar a España y Europa a edificar su presente y proyectar su futuro desde la verdad auténtica del hombre, desde la libertad que respeta esta verdad y nunca la hiere, y desde la justicia para todos, empezando por los más pobres y desvalidos. Una España y una Europa no sólo preocupadas de las necesidades materiales de los hombres, sino también de las morales y sociales, de las espirituales y religiosas, porque todas ellas son exigencias genuinas del único hombre y sólo así se trabaja eficaz, íntegra y fecundamente por su bien”.
El Papa quiso felicitar y agradecer a los católicos de nuestro país «la generosidad con que sostienen tantas instituciones de caridad y de promoción humana. No dejéis de mantener estas obras que benefician a toda la sociedad, la eficacia de las cuales se ha puesto de manifiesto de manera especial en la actual crisis económica, así como con ocasión de las graves calamidades naturales que han afectado a varios países”.
Pero fue en la visita de la tarde del 7 de noviembre a la Obra social diocesana del Niño Dios donde fue más patente la proximidad paternal del Papa a las familias con hijos afectados por el síndrome de Down u otras discapacidades. En ese acto apareció el corazón lleno de bondad, de afecto y de consuelo del Papa teólogo e intelectual. Invitó a todos -ya que su presencia en esta institución quería ser un reconocimiento a todas las otras obras similares de la archidiócesis- a ser solidarios con los sufrimientos de muchas personas. «En estos momentos en que muchos hogares afrontan serias dificultades económicas, los discípulos de Cristo debemos multiplicar los gestos concretos de solidaridad efectiva y constante, mostrando que la caridad es el distintivo de nuestra condición cristiana.»
Allí acabó Benedicto XVI con esta exhortación: «Os pido que sigáis socorriendo a los más pequeños y necesitados, dándoles lo mejor de vosotros mismos», al tiempo que hacía un elogio de todos aquellos que en esa y en muchísimas otras instituciones similares encarnan «este importante ministerio de consolación ante las fragilidades de nuestra condición, que la Iglesia busca ejercer con los mismos sentimientos del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 29-37)”.
Debemos velar por los frutos de la visita del Santo Padre, intensificando con renovada ilusión nuestra fidelidad a Dios y a la Iglesia. Hemos de amar al Santo Padre y valorar su ministerio de sucesor de san Pedro, tenemos que crecer en el amor a Dios y a los hermanos y tenemos que trabajar con generosidad en la nueva evangelización de nuestra sociedad.