«Fue como estar delante de Cristo»

Antonia Cano, madre superiora de la comunidad que se cuida de la sacristía y la liturgia de la catedral de Barcelona, fue una de las monjas que limpiaron el altar de la Sagrada Família en la ceremonia de dedicación del Papa. La semana en la que Benedicto XVI ha anunciado su renuncia, la religiosa rememora aquella homilía y glosa su visión del [...]

Antonia Cano, madre superiora de la comunidad que se cuida de la sacristía y la liturgia de la catedral de Barcelona, fue una de las monjas que limpiaron el altar de la Sagrada Família en la ceremonia de dedicación del Papa. La semana en la que Benedicto XVI ha anunciado su renuncia, la religiosa rememora aquella homilía y glosa su visión del Pontífice.

[El Periódico] En la sacristía de la catedral de Barcelona, donde trabajan, y en las habitaciones sobre el claustro de la edificación, donde viven, las monjas de la ceremonia en el que el Papa dedicó al culto la Sagrada Família recuerdan la visita de Benedicto XVI con «gran gozo» y sin gana alguna de remover ni una mota de «la polvareda» que, a su juicio, se levantó «sin razón» cuando siete de ellas, vestidas de negro, aparecieron en el altar para colocar unos manteles y limpiar el aceite que, en un momento de la misa, se había derramado sobre el suelo.

–Fue el día más importante de mi vida, como si me hubiera visitado Jesucristo. Para mí fue como tener delante al mismo Dios. Es una experiencia muy difícil de explicar con palabras, porque trasciende lo material. Y de verdad que no tengo más que decir.

–¿Nada más?

–Todo lo que debía explicar ya lo hice en su día, contesta al teléfono Antonia Cano, la enérgica madre superiora de esta pequeña comunidad de las Auxiliares parroquiales de Cristo Sacerdote cuya misión se centra en la atención al culto, cuidar de los elementos de la liturgia y aportar «todo lo que la parroquia necesite, desde un punto de vista material y espiritual».

La llamo para ir a verla esta semana, interesada en saber cómo se vivió desde la trastienda, o sea, desde la sacristía, la visita del Papa a Barcelona, justo la semana en la que acaba de anunciar que renuncia a la férula pontificia. La madre superiora, sin embargo, no tiene tiempo para entrevistas. «Solo somos cuatro eligiosas y una está con gripe. Y tenemos muchísimo trabajo». Finalmente, sí encuentra «unos minutos» antes de que el cardenal Lluís Martínez Sistach oficie la misa de tarde en la catedral.

EMIEZA LA CHARLA EXPLICANDO que no le gusta el protagonismo. Que, incluso, le da «vergüenza» aparecer en los medios. «Como le digo, me interesa mucho más lo espiritual que lo material». De ahí que si hay algo que lamenta de aquel 7 de noviembre en la Sagrada Família es que algunas personas desviaran su atención de las palabras del Papa «a mí me hicieron mucho bien, son regalos que nos da Dios para que podamos aprovecharlos»– a quién colocaba los manteles y fregaba el presbiterio.

En aquella ocasión, recordemos, columnistas, tertulianos y opinólogos en general calificaron de «indigno» que el papel de las mujeres consistiera en pasar el paño al altar, y vieron en la escena la metàfora perfecta del machismo de la cúpula  eclesiástica. Argumentos no les faltaban: sin ir más lejos, el año pasado, el Vaticano llamó al orden a monjas estadounidenses disidentesen materia de moral sexual, eutanasia, aborto y acceso al sacerdocio.

Sin embargo, pocas voces apuntaron a otra cuestión de fondo que  ambién tiene que ver con el modelo de gobernanza dentro y fuera de la plaza de San Pedro. ¿Realmente es indigno ver a una mujer limpiando? ¿O lo indigno es que no lo hagan también los hombres? ¿Acaso limpiar no tiene más que ver con trabajar por el bien común que la coreografía del poder por el poder que, al menos aparentemente, parecían orquestar aquellos prelados inmóviles? ¿Quién tiene que cambiar, las monjas que se encargan del cuidado de los demás o los miembros de la curia, a «muchos» de los cuales el mismo Papa, esta semana, acusaba de estar volcados en luchas internas y «poco dispuestos a actuar en su propio corazón, su propia conciencia y sus propias intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta»?

A la hermana Antonia, obviamente, el hecho de adecentar el presbiterio en la Sagrada Família no le parece ninguna indignidad. Tampoco quiere dedicar una palabra de cuál cree que debería ser el papel de la mujer en la Iglesia. Sí asegura, en cambio, que, para ella, «no hay trabajo despreciable. Todo lo que se hace en la iglesia, desde fregar el suelo hasta lo que sea, es igual de necesario y noble».

Es más. Para la madre superiora, el hecho de vivir en cercanía al altar y ser guardesa de la liturgia significa mucho más que pasar revista a cálices y copones. «Para nosotras, el cuidado tiene un sentido espiritual, porque implica estar en contacto directo con Dios.Tiene un valor que comprendemos y, en consecuencia, obramos. Trabajamos con mucho mimo. Al fin y al cabo, el cáliz contiene la sangre de Cristo y los copones guardan las formas, el cuerpo de Jesús. Todo es sagrado y lo vivimos con veneración». Para curiosos: en la jerga eclesial, los paños se llaman purificadoresy son de hilo. Y «casi todo» se limpia con jabón. «Para Dios, lo mejor que hay».

EL “DÍA DE AUTOS”, LAS RELIGIOSASeran las encargadas de preparar y disponer de todo cuanto el Pontífice necesitó en la liturgia de la Sagrada família.Purificadores. Cálices. Vinajeras. Copones. Patenas. Sábanas. Manteles. «Todo lo hicimos con gozo y gratitud, y no solo porque estuviera el Papa, porque para nosotras lo importante es la acción directa para el Señor», explicó ya hace dos años. También debían supervisar el mobiliario y el utillaje de la habitación de la planta baja en la que el Papa debía vestirse para la ceremonia. «La casulla, que venía de Roma, la dejó en la catedral  como recuerdo»,explica.

«Nos avisaron con bastante tiempo y trabajamos con esmero», recuerda. Justo el miércoles antes de la ceremonia, el cardenal Martínez Sistach decidió que también serían las encargadas de colocar en el altar los manteles que habían cosido las monjas benedictinas del monasterio barcelonés de Sant Pere de les Puel.les. Y fue justo en ese momento en el que aquellas figurantes de negro se convirtieron en protagonistas a contraguion. El Papa acababa de incensar el altar, después de haberlo ungido con crisma, una mezcla de aceites y perfumes. Las religiosas debían secar el altar, colocar una sábana impermeable y poner un mantel. Unas gotas de aceite se habían derramado y una se arrodilló para limpiar el suelo.

El resto abonó durante días las tertulias. Incluso hubo quien se aventuró en la espeleología teológica y emparentó a estas monjas con el grupo de mujeres, entre las que se encontraba María Magdalena, que acompañaron a Cristo durante el calvario y la resurrección, cuando los apóstoles lo habían abandonado y/o no negado. Al fin y al cabo, el altar simboliza el sepulcro de Jesús, y los manteles, su mortaja. Dos años después de todo aquello, la religiosa prefiere concentrar sus adjetivos en alabar «lo edificante» que, a su juicio, ha sido el Pontificado de un papa al que, por cierto, no pudo saludar «finalmente» en Barcelona porque se hizo tarde y unos «guardias» lo impidieron. «En Valencia sí pudimos acercarnos y el fotógrafo del Vaticano nos hizo una foto», asegura.

Para la madre superiora, Benedicto XVI es «un verdadero santo». «Tiene una inteligencia especialísima y ha dado un paso digno de la mayor humildad». Y sigue: «Es muy humano aferrarse a los puestos elevados y él ha sido muy desprendido. Ha dicho ‘no puedo y lo dejo’. Humanamente no puede seguir, pero espiritualmente hará un bien muy grande a la Iglesia, a la que continuará sirviendo. Como le digo, lo espiritual y lo material no tienen comparación».

DE AHÍ QUE, PARA LA RELIGIOSA,que la ceremonia se celebrara en un templo como la Sagrada Família no tuvo mayor importancia. La fe no se mide en pináculos.«Habría sentido lo mismo en una ermita o en una capilla. La diferencia es la suntuosidad, pero el bien espiritual es el mismo, porque es lo que yo tengo que acoger para la santificación».

Y tras estas palabras, la monja se disculpa. Debe colgar. «Ya se lo he dicho. Tengo mucho trabaj-. Y se despide con una afectuosa advertencia: «Si no me gusta como queda, puedo llamar para reñirla, ¿verdad?».

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