El Cardenal participa en el II Encuentro Interreligioso Iberoamericano

Comunicación del Sr. Cardenal Arzobispo, Dr. Lluís Martínez Sistach, en la sesión de inauguración del II Encuentro Interreligioso Iberoamericano, Parlament de Catalunya, 25 de junio de 201 Como pastor de esta Iglesia arxidiocesana de Barcelona les saludo muy cordialmente y deseo que se sientan muy bien acogidos en esta ciudad, abierta y acogedora de cuantos vienen [...]

Comunicación del Sr. Cardenal Arzobispo, Dr. Lluís Martínez Sistach,

en la sesión de inauguración del II Encuentro Interreligioso Iberoamericano,

Parlament de Catalunya, 25 de junio de 201

Como pastor de esta Iglesia arxidiocesana de Barcelona les saludo muy cordialmente y deseo que se sientan muy bien acogidos en esta ciudad, abierta y acogedora de cuantos vienen para ofrecerles nuestra riqueza espiritual y cultural. Sean muy bien venidos a su casa. Siguin molt benvinguts a casa seva.

La nuestra es una importante reunión interreligiosa iberoamericana que pretende ofrecer un servicio a las sociedades de nuestra querida hermana América y de todo el mundo. El trabajo que se realizará en esta reunión se ofrecerá a los jefes de Estado y de Gobierno que se reunirán el próximo mes de noviembre en Cádiz para conmemorar el bicentenario de la Constitución de Cádiz.

No hay duda de que esta reunión que hoy inauguramos es una participación de la Iberoamérica creciente, del servicio de las distintas religiones al bien común de nuestro mundo. A diferencia de una cultura y una política laicista que hoy van en aumento y que pretenden que las religiones se circunscriban en el foro interno de las personas y que no estén presentes en la convivencia social, esta actitud de todos los representantes de las distintas religiones aquí reunidos pone de relieve el beneficioso servicio que las religiones prestan a la realización integral de las personas, al bien común de la sociedad y a una relación renovada –en su caso- entre los países iberoamericanos de la visión de las comunidades de fe.

El Papa Benedicto XVI ha afirmado que la “cuestión de Dios” es la “cuestión de las cuestiones”. Hoy el hombre tiene necesidad de ver con sus propios ojos que con Dios o sin Dios todo cambia. Una mentalidad difundida –al menos en nuestro occidente- que renuncia a toda referencia al transcendente se ha manifestado incapaz de comprender y de preservar lo que es realmente humano. Esta mentalidad ha generado la crisis que vivimos hoy, que es antropológica y de valores antes que económica. El hombre no vive sólo de pan, siendo este muy necesario. Los responsables de la política de los pueblos han de comprender la dimensión antropológica de la persona hacia la transcendencia y han de valorar, potenciar y siempre respetar el derecho fundamental de la libertad religiosa.

El Estado no puede ignorar que el hecho religioso existe en la sociedad. El Estado es laico, pero la sociedad no es laica. Pretender que el Estado laico haya de actuar como si el hecho religioso, incluso como cuerpo social organizado, no existiera, equivale a situarse al margen de la sociedad. El problema fundamental del laicismo que excluye del ámbito público la dimensión religiosa consiste en el hecho de que se trata de una concepción de la vida social que piensa y quiere organizar una sociedad que no existe, que no es la sociedad real. La laicidad del Estado está al servicio de una sociedad plural en el ámbito religioso.

Aquí surge la cuestión del testimonio que damos las religiones. Por ello el diálogo interreligioso es muy necesario para que aparezca que las religiones estén al servicio de las personas, buscan su bien y están comprometidas en la paz y la cooperación entre los pueblos. En este sentido, ahora hace 50 años, se inició en Roma el Concilio Vaticano II y en la Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, se afirma que “todos los hombres forman una única comunidad y tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la entera faz de la tierra; tienen también un único fin, Dios, cuya providencia, testimonio de bondad, y designios de salvación se extienden a todos” (N.1). Por ello, los hombres esperan de las diferentes religiones una respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana que, hoy como ayer, conmueven íntimamente sus corazones. Y a la vez, no podemos invocar Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen y semejanza de Dios. Recordamos estas palabras de la Escritura: “El que no ama, no ha conocido a Dios” (1Jn 4, 8)

Considero que las religiones tienen una importante función “nutricia” en la sociedad. Las sociedades tienen el riesgo de vaciarse éticamente, de perder la fuerza indispensable de unas concepciones sobre la vida humana y de unos valores morales que inspiren, dinamicen y fortalezcan su vida y sus impulsos hacia adelante. Por ello, en las sociedades democráticas deben existir grupos religiosos y culturales que se ocupen de una irrigación espiritual y ética de los ciudadanos, para que luego ellos, en el libre ejercicio de sus derechos y su participación política, transmitan al Estado el reflejo de estas sensibilidades morales y exijan a quienes aspiran al poder político o lo ejercen, el respeto, la protección y la promoción de esta savia espiritual sin la cual no puede existir una sociedad libre ni una ciudadanía responsable (cf. Ll. Martínez Sistach, La presencia pública de la Iglesia en la sociedad,Madrid 2008, 17-18).

Ante la realidad de la mala distribución de la riqueza en el mundo, de la realidad en el panorama internacional de países lejos aún del desarrollo y de la crisis económica actual que sufren muchos países, se pone de relieve la función y servicio que han de prestar las religiones por separado y colaborando mutuamente.

Considero interesante unos principios expuestos por Benedicto XVI en su primera encíclica “Dios es amor”. Partiendo de aquellas palabras de Jesús que se han convertido en patrimonio de la humanidad: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21), la sociedad justa no puede ser obra de las religiones, sino de la política. Pero las religiones no pueden ni deben quedarse al margen en la lucha por la justicia, ya que les interesa sobremanera trabajar por la justicia esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencias del bien. Por eso, la tarea de las religiones es mediata, ya que les corresponde contribuir a la purificación de la razón y reavivar las fuerzas morales, sin lo cual no se instauran estructuras justas, ni éstas pueden ser operativas a largo plazo (cf. Dios es amor, 29).

En este sentido, entre las finalidades de este encuentro que celebramos en Barcelona figuran estos cuatro ejes: 1) la libertad, la democracia y los derechos humanos; 2) la fraternidad, la solidaridad y la cooperación; 3) el encuentro, el diálogo y la convivencia; 4) la inclusión, la equidad y la integración. Todos estos contenidos enraizados íntimamente en la dignidad de la persona humana son preocupaciones que tienen las religiones y su aportación es un bien que redunda en la tarea que tiene el Estado.

En la crisis económica actual, las comunidades de fe ayudan muchísimo a tantas personas y familias que sufren las graves consecuencias de no tener trabajo. La sociedad lo reconoce. Y en este aspecto, considero muy lúcida una reflexión de Benedicto XVI en su encíclica La caridad en la verdad, al decir que la religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir en el desarrollo sólo si Dios tiene un lugar en la esfera pública, con referencia específica a la dimensión cultural, social, económica y, en particular, política. La exclusión de la religión en el ámbito público, como por otra parte el fundamentalismo religioso, impiden el encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad. La vida pública se empobrece de motivaciones y la política adquiere un aspecto opresor y agresivo. En el laicismo y en el fundamentalismo se pierde la posibilidad de un diálogo fecundo y de una colaboración provechosa entre la razón y la fe religiosa. La razón necesita siempre ser purificada por la fe y la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la razón para mostrar su auténtico rostro humano (cf. N. 56).

Tantas son las razones que ponen de relieve el servicio que realizan las religiones a la sociedad, que motivan el agradecimiento por este II Encuentro Interreligioso Iberoamericano que se inicia en esta ciudad condal y que deseo que sea muy fecundo en las ponencias, reflexiones, diálogos y conclusiones.

¿Te ha interesado este contenido? Suscríbete a nuestro boletín electrónico. Cada semana, la actualidad de la Iglesia diocesana en tu correo.

Te interesará ...