El Cardenal ordena sacerdotes a tres jóvenes jesuitas
El sábado 30 de junio de 2012, el Cardenal Lluís Martínez Sistach ordenó sacerdotes a los tres jóvenes miembros de la Compañía de Jesús Pau Vidal, Òscar Fuentes y Lluís Muñoz, en la iglesia del Sagrado Corazón de los jesuitas de la calle Caspe. Los nuevos sacerdotes, hijos de San Ignacio, estuvieron acompañados de sus [...]

El sábado 30 de junio de 2012, el Cardenal Lluís Martínez Sistach ordenó sacerdotes a los tres jóvenes miembros de la Compañía de Jesús Pau Vidal, Òscar Fuentes y Lluís Muñoz, en la iglesia del Sagrado Corazón de los jesuitas de la calle Caspe. Los nuevos sacerdotes, hijos de San Ignacio, estuvieron acompañados de sus familiares y amigos y de un gran número de jesuitas, llegados de todas partes, que llenaron la iglesia como en los días de mayor solemnidad.
Homilía del Sr. Cardenal Arzobispo de Barcelona,​​Dr. Lluís Martínez Sistach, en la ordenación presbiteral de Pau Vidal, Òscar Fuentes y Lluís Muñoz, jesuitas. Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, Barcelona 30 de junio de 2012
Celebramos con gozo la Eucaristía, el memorial de la muerte y la resurrección de Cristo. Es una manifestación patente del amor que nos tiene el Señor, que nos ha dejado su Palabra, que ahora hemos proclamado, y su Cuerpo y su Sangre al instituir la Eucaristía que celebramos.
Sin embargo, este amor del Señor hacia toda la humanidad, entregándose para salvarla, hoy en esta celebración se hace aún más patente, ya que ha llamado a tres jóvenes a seguirle radicalmente en la vida consagrada en la Compañía de Jesús y les da el sacerdocio ministerial para que cuiden con amor a las personas que Él les confiará. Celebramos hoy la ordenación sacerdotal de nuestros hermanos Pau, Òscar y Lluís Miquel. Es motivo, queridos hermanas y hermanos, para dar gracias a Dios porque ha querido enriquecer la Iglesia con tres nuevos sacerdotes que ejercerán su ministerio a imitación de Jesús, sacerdote eterno y buen pastor. Están muy contentos de ello los tres diáconos que por la imposición de mis manos, como sucesor de los Apóstoles, y la oración consagratoria serán ordenados sacerdotes. Este gozo lo viven intensamente los jesuitas de nuestra tierra y de nuestra archidiócesis de Barcelona, ​​porque este evento es una manifestación del amor que el Señor nos tiene.
El Evangelio que hemos proclamado nos ayuda a entender mejor nuestra celebración eclesial. Jesús ha comenzado diciéndonos que nos ama como el Padre lo ama a Él, y sabemos bien que el Padre ama al Hijo desde toda la eternidad, infinitamente y gratuitamente. De esta misma manera nos ama el Señor y es partiendo de esta gran verdad que podemos entender adecuadamente todo lo que el Señor hace en cada uno de nosotros y también en la Iglesia: todo es fruto del amor. La llamada que nuestros tres hermanos han experimentado es fruto del amor del Señor hacia ellos. Y Jesús nos dice a todos que somos sus amigos si hacemos lo que él nos pide y si amamos a los hermanos. El Señor añade al amor que nos tiene la amistad. Somos sus amigos porque nos ha comunicado los secretos del Padre.
Este amor y esta amistad de Jesús por nuestros hermanos es muy evidente porque les otorga el don del sacerdocio, ya que todo sacerdote se convierte en un instrumento vivo de Cristo, sacerdote eterno, para continuar en el tiempo la obra admirable del que, con eficacia divina, reintegró todo el género humano. El Señor os ha escogido para esta vocación y este servicio y lo ha hecho gratuitamente. Esta elección demuestra el amor de Jesucristo al sacerdote, a cada uno de vosotros.
Jesús, en el fragmento del Evangelio que hemos escuchado, nos ha dicho que ha sido él quien nos ha elegido, él ha tenido la iniciativa. Os ha elegido a vosotros para la vocación religiosa y sacerdotal, pero nos ha escogido a todos y a cada uno para una vocación, para realizar un servicio a los hermanos, en la Iglesia y al mundo. Nos ha escogido para que demos fruto y nuestro fruto permanezca. Somos para los demás y todo lo que recibimos del Señor es para ponerlo al servicio de la Iglesia y del mundo.
Su amor -y el amor es propio de todo cristiano- será pastoral, la caridad pastoral, porque por la ordenación presbiteral os convertís en pastores del pueblo de Dios. Vuestra vida y ministerio presbiteral os une más y más, sacramentalmente, con Jesucristo, sacerdote y Pastor. Este amor de Jesucristo, escogiéndoos para ser sacerdotes, más que ningún otro amor, exige correspondencia. Después de su resurrección, Jesús hizo a Pedro una pregunta fundamental sobre el amor: «Simón, hijo de Juan, me quieres más que a estos?». Y a la respuesta afirmativa de Pedro sigue la entrega de la misión: «Apacienta mis corderos» (Jn 21, 15).
Esta entrega por amor a Dios y a los hermanos la habéis manifestado vosotros recientemente con estas expresiones: «Veo la ordenación como un despliegue de mi vocación de jesuita, de buscar a Dios en todas las cosas», «me gustaría ser sacerdote para todos, también para aquellos que se sienten alejados de la Iglesia» y «me gustaría como sacerdote ayudar a la gente a encontrar más alegría en medio de las dificultades”.
El Señor os ha escogido a vosotros para entregaros radicalmente a Dios y a los hermanos y para ejercer el ministerio, el servicio sacerdotal. El Señor nos ha escogido a todos nosotros y cada uno ha ido o ha de ir descubriendo para qué lo elige el Señor. Y los jóvenes que participáis en esta celebración podéis pensar si Jesús, que os ama tanto, os llama también a una vida de entrega total a los hermanos y a ser sacerdotes para hacer muy cercano el Jesús Buen Pastor a todos los hermanos.
Queridos diáconos y queridos hermanas y hermanos, Jesús en el Evangelio de hoy nos manifiesta que nos ha dicho todo esto para que tengamos su alegría y nuestro gozo sea completo. ¡Qué felicidad sentirnos amados y escogidos por Jesús! Esto nos llena de alegría y surge en todos nosotros un sincero agradecimiento y un amor fiel a Dios por la vocación que todos recibimos de su amor misericordioso.
Vosotros que seréis sacerdotes de Cristo, intensificad la relación entre la vida espiritual y el ejercicio del ministerio sacerdotal y esta relación la encontraréis también a partir de la caridad pastoral otorgada por el sacramento del Orden que hoy recibiréis. Es esencial para una vida espiritual que se desarrolla a través del ejercicio del ministerio que el sacerdote renueve continuamente y profundice cada vez más la conciencia de ser ministro de Jesucristo. Se trata de un servicio que pide al sacerdote una vida espiritual intensa, rica de aquellas cualidades y virtudes que son típicas de la persona que «preside» y «guía» una comunidad; del «anciano» en el sentido más noble y rico de la palabra: como la fidelidad, la coherencia, la firmeza doctrinal en las cosas esenciales, la libertad sobre los puntos de vista subjetivos, el desprendimiento personal, la paciencia, el gusto por el esfuerzo diario, la confianza en la acción escondida de la gracia que se manifiesta en los sencillos y los pobres (cf. Tt 1, 7-8).
El Santo Padre Benedicto XVI ha afirmado que la espiritualidad sacerdotal es eminentemente eucarística. La semilla de esta espiritualidad se puede encontrar en las palabras que el Obispo pronuncia en la liturgia de la ordenación: «Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor» (Sacramento de la caridad, 80)
El don de vosotros mismos, raíz y síntesis de vuestra caridad pastoral, tiene como destinataria la Iglesia. Y vosotros, jesuitas, según dicen vuestras Normas Complementarias, sois un grupo religioso, apostólico y sacerdotal, unido al Santo Padre por un vínculo especial de amor y servicio (cf. 2 ss2), y, por tanto, con un espíritu misionero para el bien de toda la Iglesia extendida de Oriente a Occidente. Vuestra misión actual es la participación en la misión evangelizadora de la Iglesia para realizar el Reino de Dios en toda la sociedad, no sólo en la vida futura, sino también en la presente (cf. Normas Complementarias, 245 s1).
Acompañan a los nuevos presbíteros sus padres. El don del sacerdocio otorgado por el Señor a un hijo es una bendición especial de Dios para toda la familia. Es una expresión patente del amor de Dios hacia toda la familia que pide una respuesta coherente de amor al Señor y a los hermanos. Las familias cristianas son el mejor seminario para las vocaciones sacerdotales y los padres cristianos han de pedir al Señor que, si lo desea, llame a un hijo suyo para ser sacerdote.
Poner, queridos Pau, Òscar, Lluís Miquel, vuestro sacerdocio bajo la intercesión de María, Madre de Jesucristo y de los sacerdotes, imitando así a san Ignacio de Loyola que pidió la intercesión de la Virgen de Montserrat para los frutos de su camino espiritual; en Manresa redactó los Ejercicios Espirituales y, a juzgar por los buenos resultados, la Moreneta intercedió eficazmente.