El Año de la Fe continua

En una de sus primera alocuciones y de forma muy reiterativa, el papa Francisco ha puesto al descubierto la necesitad de conversión, comenzando por nosotros los obispos y los presbíteros, y ha señalado la importancia de llevar a Cristo a todos los ambient

En una de sus primera alocuciones y de forma muy reiterativa, el papa Francisco ha puesto al descubierto la necesitad de conversión, comenzando por nosotros los obispos y los presbíteros, y ha señalado la importancia de llevar a Cristo a todos los ambientes. 

Ha dicho que “empujados también por la celebración del Año de la Fe, todos juntos, pastores y fieles, nos esforzaremos por responder fielmente a la misión de siempre: llevar a Jesucristo al hombre y conducir al hombre al encuentro con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, realmente presente en la Iglesia y contemporáneo de cada hombre”.

Profundizar en la fe cristiana no es asunto sólo de un año ni una cuestión puntual, su proyección es perenne y no tiene límites. Cruzar la puerta de la fe supone un camino que dura toda la vida. Esta es la lección. La fe cristiana no es un IVA, o sea, no es el impuesto sobre el valor añadido, algo que es exterior, temporal o extraño, y con lo que hemos de contar, como una especie de prótesis artificial que en un momento u otro hemos de usar.

“Creer” es algo mucho más serio, que nos anima más, más profundo, ya que es dejar que Dios intervenga en mi vida, confiar en el, abrirme del todo, de corazón y de espíritu. “Creer” supondrá muchas veces amar contracorriente por que el don de la fe será la respuesta valiente y confiada a situaciones inconcebibles e inaceptables.

Asimismo, la autenticidad del “creer” pasará por la constatación de un comportamiento en el que la mesura de la fe en Dios encuentra su autenticidad en la manera de tratar al otro, el hermano, toda persona con la que me encuentro y en quién he de descubrir que es imagen i semblanza de Dios. En este caso, “creer” i “amar” viene a ser lo mismo. La confianza es inseparable del amor.

Por eso, san Juan nos lo dice así de claro: “Si alguien afirma: jo amo a Dios, pero no ama a su hermano, seria un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, que ve, no puede amar a Dios, que no ve”. Este es el mandamiento que hemos recibido de Jesús: quien estima a Dios, también ha de amar su hermano” (1Jn 4,19-21)

 

 

 

Blog del Bisbe Sebastià 

 

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