De Lampedusa a Lesbos
El hecho deplorable es que somos una sociedad, donde ¡la globalización de la indiferencia nos ha arrebatado la capacidad de llorar!

Dos gestos y dos pueblos, que prácticamente abrazan los ya más de tres años de pontificado del papa Francisco al frente de la Iglesia católica. Dos gestos y dos pueblos muy significativos. Dos gestos llenos de humanidad y dos pueblos que acogen un terrible drama humano de individuos y familias enteras que huyen del horror de la guerra, de la persecución, de la injusticia y del hambre. Un desarraigo total, resultado de la indiferencia de unas políticas que tienen la solución y no la aplican.
En Lampedusa, el papa Francisco destapó un drama que hoy continúa: «Inmigrantes muertos en el mar, en aquellas barcas que en vez de ser un camino de esperanza han sido un camino de muerte.» Pedía perdón por no llorar a estos muertos y, preguntándose quién es responsable de esta sangre, se lamentaba diciendo que «en el mundo, hoy nadie se siente responsable de esto», que «hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna». El hecho deplorable —añadía— es que somos una sociedad, donde «¡la globalización de la indiferencia nos ha arrebatado la capacidad de llorar!»
Lesbos, la puerta de entrada más importante de inmigrantes y refugiados de Europa, ha acogido al papa Francisco. Él ha dicho que ha ido allí para atraer la atención del mundo ante esta crisis humanitaria y para implorar una solución. «Todos sabemos por experiencia —ha dicho— con qué facilidad algunos ignoran los sufrimientos de los demás o, incluso, llegan a aprovecharse de su vulnerabilidad.» En Lesbos ha hecho una llamada urgente a la responsabilidad y a la solidaridad internacional, manifestando que Europa es la patria de todos y que cualquiera que llegue a ella debe poder manifestarlo.
El papa Francisco, poniendo el dedo en la llaga de esta situación inhumana, ha querido hacer ver a todo el mundo que la solución depende del compromiso de cada uno y de la voluntad política de los estados. Este es su mensaje: «¡No perdáis la esperanza! El mayor don que nos podemos ofrecer es el amor: una mirada misericordiosa, la solicitud para escucharnos y entendernos, una palabra de aliento, una oración.»
Sebastià Taltavull Anglada
Obispo auxiliar de Barcelona