De la tristeza al entusiasmo

El entusiasmo misionero pide dejar al margen la comodidad de esperarlo todo sin hacer nada, y exige renunciar a la autorreferencialidad como estilo egoísta que hace inhumana toda relación

Me impresiona el realismo con el que el papa Francisco trata las cuestiones de Iglesia y cómo de lo más negativo sabe sacar partido en bien de todos. Este estilo de hacer, que es realmente un don de Dios además de ser una habilidad adquirida, nos es un estímulo para intentar seguir sus pasos. Dirá con toda su fuerza que no nos dejemos robar la alegría evangelizadora por el hecho de engancharnos a proyectos o sueños de éxitos imaginados por la propia vanidad, o porque en nuestros planes pastorales o seculares nos entusiasma más la hoja de ruta que la propia ruta. Es difícil aceptar el ritmo normal de la vida cuando la pretensión es forzar las cosas y no respetar los procesos de crecimiento o de integración.

¿Disfrutamos o no en todo lo que hacemos? Podemos llegar a tener la impresión —así lo he oído decir hace poco— de que el trabajo evangelizador no compensa, que no hay respuesta ni compensación de ningún tipo. Vivir esta desilusión con la realidad, con la Iglesia y con uno mismo —dice Francisco— hace vivir la constante tentación de aferrarse a una endulzada tristeza, sin esperanza, que se apodera del corazón y daña el dinamismo apostólico. Por eso, dirá que cuando se sufren actividades mal vividas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable, fácilmente se llega a un cansancio tenso, pesado, insatisfecho, no aceptado.

En definitiva, ¿qué espíritu nos mueve y nos dinamiza? Debe ser aquel que nos hace salir de nosotros mismos, que nos anima a hacer posible una Iglesia en salida, que nos involucra en el proyecto humanizador de Jesús para hacer de él una fuente de liberación personal y social. El entusiasmo misionero pide dejar al margen la comodidad de esperarlo todo sin hacer nada, y exige renunciar a la autorreferencialidad como estilo egoísta que hace inhumana toda relación. El Espíritu que nos mueve es el de Jesús porque solo de él, Resucitado, nacen brotes de vida y de entusiamo misionero. Así lo vivieron los primeros testimonios y es lo que puede sucedernos a nosotros si dejamos que toque nuestro corazón.

Sebastià Taltavull Anglada
Obispo auxiliar de Barcelona
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