De la muerte a la vida

La clave de interpretación ha sido la cruz de Cristo, de la que el papa Francisco nos decía el Viernes Santo que es “símbolo del amor divino y de la injusticia humana, icono del supremo sacrificio por amor”

«Qué pesimistas sois cuando contempláis la existencia como si proviniéramos de la vida y camináramos hacia la muerte…» Una advertencia como esta remite a pensar que, ciertamente para muchos, la concepción de la vida es también así de pesimista o fatalista. Una visión totalmente contraria a la fe cristiana que, enfrentándose a la muerte, se encamina hacia la Vida y sabe bien que sus pasos reciben la fuerza del amor y el coraje de la esperanza. La resurrección de Jesús nos lo confirma totalmente y es el fundamento de nuestra fe en Él y en la Vida por siempre.

La clave de interpretación ha sido la cruz de Cristo, de la que el papa Francisco nos decía el Viernes Santo que es «símbolo del amor divino y de la injusticia humana, icono del supremo sacrificio por amor y del extremo egoísmo por necedad, instrumento de muerte y vía de resurrección, signo de la obediencia y emblema de la tradición, patíbulo de la persecución y estandarte de la victoria». Una cruz que hoy sigue alzada y en ella muchos hermanos y hermanas nuestros son clavados, asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el infame silencio. Y una larga lista que describía con todo detalle, desde los delitos contra la casa de todos hasta los que profanan el nombre de Dios y lo utilizan para justificar su inaudita violencia. Jesús, sufriendo la muerte, la ha vencido resucitando.

En la homilía del día de Pascua y en todas las que siguen, centramos la oración y la reflexión en la respuesta que nos da Jesús resucitado cuando nos habla al corazón y nos induce a mirar hacia delante abriéndonos al sentido de la vida. Jesús resucitado es el gran signo e, incluso sin merecerlo, nos hace partícipes de él. Primero los apóstoles, después la Iglesia fundamentada en ellos y, a continuación, cualquier persona que se abre confiadamente a la acción de Dios y deja que actúe en ella. Qué gran misterio es este amor que nos tiene: nos urge a dejar atrás la muerte y nos muestra el camino hacia la vida. Ahora, cincuenta días de tiempo pascual para contemplarlo y vivirlo con alegría.

 

Sebastià Taltavull Anglada

Obispo auxiliar de Barcelona

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