Corpus Christi: Tasteu i veureu que n’és, de bo, el Senyor!
En la solemnidad del Corpus Christi os invitamos a recordar algunas de las enseñanzas que el Papa Francisco nos ha regalado en este año y tres meses sobre la Eucaristía y especialmente su homilía del pasado jueves en Roma

¿Qué es la Eucaristía?
«En el centro está el altar, una mesa cubierta con manteles que nos hace pensar en un banquete. Sobre la mesa hay una cruz que nos rememora el sacrificio que se ofrece sobre el altar, el sacrificio de Cristo: Él es el alimento espiritual que recibimos bajo el signo del pan y del vino. Al lado de la mesa y en el ambón, esto es, el lugar donde se proclama la Palabra de Dios. Esto indica que nos reunimos para escuchar al Señor que nos habla por las Escrituras, y por tanto, el alimento que también recibimos es la Palabra de Dios. Palabra y Pan en la Misa se hacen una misma cosa como en la Santa Cena, momento en el que todas las palabras y gestos de Jesús se cristalizaron en el gesto de partir el pan y ofrecer el cáliz, avanzada del sacrificio de la cruz».
¿Cuáles son las consecuencias de su celebración?
La primera es la comunión con Dios: «Jesús haciéndose pan partido para nosotros, vierte sobre nosotros toda su misericordia, su amor, tanto que renueva nuestro corazón, nuestra existencia, nuestra manera de relacionarnos con Él y nuestros hermanos». Es por ello que al acercarnos a este sacramento hablamos de comunión, de hacer comunión, que es una muestra de la plena comunión con Dios Padre en el banquete del cielo, donde, con todos los santos, contemplaremos a Dios cara a cara.
Esta comunión nos lleva a la adoración eucarística: «no se trata de cerrar los ojos y poner cara de estampita», sino de orar. Una oración que nos lleva a una segunda consecuencia, inseparable del hecho de comulgar, la comunión con los hermanos: Por la Eucaristía «seremos capaces de disfrutar con quien está alegre, de llorar con quien llora, ser cercano con quien está solo o angustiado, de corregir a quien ha caído en el error, de consolar quien está aquejado, de acoger y socorrer a quien está necesitado».
¿Tenemos hambre de Dios?
«El hambre física del hombre lo lleva a otra hambre que no puede saciarse con cualquier comida ordinaria, hambre de eternidad. Jesús nos da este alimento, es más, es Él mismo el pan vivo que da la vida al mundo (cf Jn 6,51)». Su Cuerpo es verdadero alimento en forma de pan; su Sangre verdadera bebida en forma de vino. No es sólo un simple alimento para saciar el hambre de nuestro cuerpo, como lo fue el maná en el desierto; el Cuerpo de Cristo es el pan de los tiempos últimos, que puede dar vida, y vida eterna, ya que la sustancia de este Pan es Amor.
Y yo, ¿de qué quiero alimentarme?
Vivir la experiencia de la fe significa dejarse nutrir por el Señor y construir la propia existencia no sobre los bienes materiales, sino sobre la realidad que no caduca nunca: los dones de Dios, su Palabra y su Cuerpo. Si miramos a nuestro alrededor vemos que hay muchas ofertas de alimentos que no provienen del Señor y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con dinero, otros con éxito, otros con vanidad, poder, orgullo. Pero el alimento que es verdadero nutriente y que sacia plenamente es lo que nos da el Señor.
Cada uno de nosotros, hoy, puede preguntarse: ¿Y yo? ¿Dónde quiero comer? ¿En qué tabla quiero alimentarme? ¿En la mesa del Señor? Quizás sueño con manjares sabrosos, ¿pero en la esclavitud? ¿Cuán saciada mi alma?. Debemos aprender a recuperar la memoria y aprender a reconocer el falso pan que ilusiona y corrompe, ya que es fruto del egoísmo, de la autosuficiencia, del pecado.