Cardenal Sistach: «Quiero agradecer vuestra generosa colaboración. ¡Que Dios os lo pague!»
Homilía del Sr. Cardenal Arzobispo de Barcelona, ​​Dr. Lluís Martínez Sistach, en la Misa para los colaboradores del Fondo Común Diocesano. Basílica de la Sagrada Familia, 9 de junio de 2013 Con júbilo nos hemos reunido en esta bellísima basílica de la Sagrada Familia para celebrar la Eucaristía en este domingo, día del Señor. Los [...]

Homilía del Sr. Cardenal Arzobispo de Barcelona, ​​Dr. Lluís Martínez Sistach, en la Misa para los colaboradores del Fondo Común Diocesano. Basílica de la Sagrada Familia, 9 de junio de 2013
Con júbilo nos hemos reunido en esta bellísima basílica de la Sagrada Familia para celebrar la Eucaristía en este domingo, día del Señor. Los cristianos no podemos vivir el domingo sin la celebración de la Eucaristía. Por ello, desde el inicio de la Iglesia, los cristianos nos reunimos para conmemorar la muerte y la resurrección de Jesucristo. Estamos obedeciendo -como cada domingo- lo que Jesús nos mandó aquel Jueves Santo en el Cenáculo de Jerusalén al instituir la Eucaristía: «haced esto en memoria mía». Estamos reunidos para hacer lo que el Señor hizo: la Eucaristía.
Con esta Eucaristía hoy damos gracias a Dios por habernos incorporado por el bautismo en la Iglesia que Él fundó en la cruz del Calvario en traspasar una lanza del soldado su corazón y brotar agua y sangre, que simbolizan el sacramento del bautismo y el sacramento de la eucaristía.
Con agradecimiento os he invitado a participar en esta Eucaristía a todos los que colaboráis económicamente con el Fondo Común Diocesano de la archidiócesis, a todos los miembros de los Consejos de Economía parroquiales, arciprestales y diocesano. Mi invitación es para agradeceros vuestra generosa colaboración que hace posible que la Iglesia archidiocesana de Barcelona pueda realizar su actividad pastoral y la atención a los necesitados. ¡Que Dios os lo pague!
Toda la actividad pastoral de las parroquias, comunidades, movimientos y de la diócesis como tal necesita medios materiales para el anuncio de la Palabra de Dios, la catequesis, la celebración de la fe, la atención a la juventud y a quienes se preparan para celebrar el sacramento del matrimonio, el cuidado de los enfermos, la construcción de nuevas iglesias, etc
La Iglesia realizando las obras de misericordia corporales y espirituales está haciendo un servicio muy apreciado en los hombres y mujeres de nuestra sociedad. Estas obras de misericordia son expresión de la misericordia y del amor que Dios tiene por todo hombre y toda mujer de la humanidad. La Iglesia está realizando un trabajo muy necesario y muy urgente en bien de las personas, familias, instituciones y de la misma sociedad. En relación a las necesidades materiales, Cáritas, parroquias y realidades de Iglesia en estos momentos de grave crisis económica estamos ayudando a muchísimas personas y familias de nuestro país donde la pobreza se va haciendo cada día más intensa, más extensa, más cercana y más crónica.
A la vez, como nos dice Jesús, el hombre y la mujer no viven sólo de pan, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios. La Iglesia diocesana de Barcelona con todos sus miembros, está haciendo un trabajo de anuncio de Jesucristo para que los hombres y mujeres, los jóvenes, puedan tener un encuentro personal con el Señor y se conviertan en cristianos. El anuncio del Evangelio y la celebración de la fe, junto con la ayuda fraterna son las tres actividades constitucionales de la Iglesia de Jesucristo.
Todos los miembros de la Iglesia con su trabajo eclesial ayudan a que Jesús haga hoy lo que hizo en la entrada del pueblo de Naín, tal como hemos escuchado en el Evangelio. Llevaban un joven a enterrar, hijo único de madre viuda. Cuando dolor humano! La muerte de un joven y una madre desconsolada! Y el Señor se compadeció. Porque el Señor nos ama a todos y vino a perdonarnos los pecados, hacernos hijos de Dios y ofrecernos una vida nueva que durará para toda la eternidad. Jesús se compadeció de aquel joven y de esa madre viuda, como se compadece de todos nosotros que peregrinamos por este valle de lágrimas y por tantos hombres y mujeres, y tantos jóvenes que no tienen fe, que su vida no tiene sentido, y Él quiere darnos esa agua viva que quería dar a la samaritana. Jesús quiere decirnos a todos, y especialmente a los jóvenes, lo mismo que dijo a la entrada de Naín: «Joven, levántate!», Ya todos los que lloran «No llores!»
Jesús se conmovió. El verbo que emplea aquí San Lucas en el texto griego es sumamente expresivo: indica una compasión entrañable. La que sentiría el padre del hijo pródigo (Lc 15, 20), la del buen samaritano (Lc 10,33), la propia y característica de Dios “rico en misericordia”. En el encuentro con el supremo dolor de aquella madre, el evangelista nos invita a contemplar el corazón de Cristo, lleno de ternura de infinito amor, a un tiempo humano y divino. Jesús de Nazaret, también hijo único, debió presentir en aquel momento el dolor de su madre, también viuda, cuando dentro de poco lo acompañaría al sepulcro en Jerusalén.
Jesús dijo: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!”. Los milagros del Evangelio son siempre, a partir de su realidad, signos de la Salvación. El Hijo de Dios no vino precisamente para suprimir en este mundo las enfermedades ni para regalar a algunos recién muertos unos años más de existencia mortal. La resurrección del joven de Naim, la de la hija de Jairo y la de Lázaro son en el Evangelio imagen sorprendente y profecía en acto de la Resurrección a la vida divina.
Participando en la Eucaristía nos sentimos más miembros de la Iglesia, escogidos y enviados para que la Iglesia realice su misión aquí y ahora. Le agradecemos al Señor que nos haya escogido manifestándonos así su confianza y le agradecemos también que nos haya confiado trabajar en su viña, también con nuestra colaboración económica y como miembros de los Consejos de Economía parroquiales, arciprestales y diocesano. Es una manera necesaria de ayudar a la Iglesia.