¡Bienaventurados! ¡Felices!
"Todo está en ser una persona sencilla, coherente, honesta, abierta confiadamente a Dios y, al mismo tiempo, necesitada de los demás y abierta a ellos"

La felicidad es un estado siempre en proceso de búsqueda y tiene que ver con el crecimiento espiritual y la madurez humana. Hay a quien le cuesta mucho ser feliz porque se propone algo inalcanzable, y hay a quien no le cuesta nada porque su aspiración se ha impregnado de humildad y huye de toda pretensión egoísta.
Los cristianos, siguiendo a Jesús, podemos ofrecer una propuesta de felicidad y contagiarla. La clave nos la da María, la madre de Jesús, en su canto del Magníficat. Todo está en ser una persona sencilla, coherente, honesta, abierta confiadamente a Dios y, al mismo tiempo, necesitada de los demás y abierta a ellos, lo que le da el calificativo de «pobre» hasta hacer de esta virtud una clave para llenar de sentido la vida. Es la actitud opuesta al orgullo y a la obsesión de la riqueza que siempre empobrece.
María ve que no entran en los planes de Dios las personas de corazón altivo y, por eso, derriba a los poderosos de su trono y enaltece a los humildes, llena de bienes a los pobres y despide vacíos a los ricos. El cambio es osado y radical. Así, evangelio en mano, nos hacemos capaces de entender el amor hasta la compasión ejerciendo las obras de misericordia. Esto exige ser persona limpia de intenciones, sin apariencias y visiones asfixiantes, dispuesta a hacer —como nos pide el papa Francisco— la revolución de la ternura.
El camino hacia la felicidad exige ser de aquellos que no toleran que se atropelle a nadie en su dignidad humana y de hijos e hijas de Dios, hambrientos y sedientos de aquella justicia que se identifica con el amor, se entusiasma por la paz y es creadora de unidad y reconciliación. Es ser una persona que en su madurez sabe encajar los contratiempos, la calumnia, la persecución, tal y como lo estamos presenciando hoy. Así podemos entender que Jesús nos llame «¡bienaventurados!», «¡felices!». Su madre se ha adelantado, ha hecho oración y nos ha enseñado a rezar. El hecho de que a María, antes de la oración, se la llame «¡feliz tú que has creído!», nos da confianza saber que este es el camino de la felicidad.
Sebastià Taltavull Anglada
Obispo auxiliar de Barcelona