Antoni Gaudí, evangelizador: Artículo del Cardenal al Osservatore Romano
El 28 de octubre de este año tuvo lugar la clausura de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos convocada por el Santo Padre Benedicto XVI y dedicada a la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Fueron tres semanas de reflexión sobre esta temática actual y muy necesaria en toda [...]

El 28 de octubre de este año tuvo lugar la clausura de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos convocada por el Santo Padre Benedicto XVI y dedicada a la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Fueron tres semanas de reflexión sobre esta temática actual y muy necesaria en toda la Iglesia extendida de oriente a occidente, tal como apareció en las intervenciones de todos los padres sinodales.
La nueva evangelización necesita evangelizadores laicos que con nuevo ardor y nuevos métodos vayan anunciando Jesucristo y su Evangelio a todos los hombres y mujeres de hoy que muchos de ellos viven como si Dios no existiera.
No hay duda de que los santos y las santas han sido los mejores evangelizadores y continúan siéndolo por sus virtudes heroicas y muchos de ellos por la obra que movidos por el carisma recibido han fundado y se ha extendido por países y continentes distintos. Se dijo en el Sínodo que la Beata Teresa de Calcuta -para poner un ejemplo reciente-, con su vida de entrega total a los más pobres ha sido y es una excelente evangelizadora.
Los laicos cristianos han de ser agentes de nueva evangelización especialmente a través de su presencia y compromiso en las realidades del mundo ya que el carácter secular es – según el Concilio Vaticano II – lo específico de ellos.
Antoni Gaudí i Cornet, arquitecto del templo de la Sagrada Familia de Barcelona, fue un auténtico evangelizador con su vida y su profesión, como laico cristiano. Nació en 1852 y murió en 1926. A través de diversos avatares de su vida, tuvo conciencia de que como “arquitecto de Dios” tenía que dedicarse plenamente al ejercicio de su profesión para servir a Dios y consideró que para él la mejor manera era a través de la arquitectura.
En todas las obras que realizaba, buscaba la belleza y la simbología religiosa, y deseaba que cuanto construía condujera a Dios a quienes contemplaban sus obras arquitectónicas. Todos los edificios que proyectaba los coronaba con un símbolo religioso, generalmente con la cruz de cuatro brazos, como para significar el valor salvífico de la Santa Cruz a los cuatro vientos. Gaudí tenía un gran amor a San Bruno, fundador de la Orden Cartujana, y era amigo y asiduo visitante de la Cartuja de Montalegre, próxima a la ciudad de Barcelona, y allí sin duda pudo contemplar el lema tan querido por los cartujos: Stat crux, dum volvitur orbis (“Está plantada la cruz, mientras el mundo da vueltas”). Una de las últimas estatuas colocada en el ábside del templo de la Sagrada Familia ha sido la de San Bruno, cumpliéndose así un deseo del mismo Gaudí.
El Papa Benedicto XVI, en la homilía de la dedicación de la basílica de la Sagrada Familia, dijo que “Gaudí quiso unir la inspiración que le llegaba de los tres grandes libros en que se alimentaba como hombre, como cristiano y como arquitecto: el libro de la Naturaleza, el libro de la Sagrada Escritura y el libro de la Liturgia”.
Y de los tres libros dejó una abundante presencia en el templo de la Sagrada Familia. Gaudí era un enamorado de la luz y de hecho dicen los expertos que su arte es un gótico pero más esbelto y más luminoso. Para él la luz era el signo de aquél que es la Luz del mundo. Pero amaba tanto la luz porque ésta nos permite contemplar la Naturaleza o la creación de Dios en todo su esplendor. Y de la Sagrada Familia se ha dicho que es un verdadero vergel en el que la abundante presencia de los reinos mineral, vegetal y animal se unen a la alabanza al Creador. La Sagrada Familia es un Canto al hermano Sol o Cántico de las criaturas de San Francisco de Asís en piedra.
Gaudí era un lector asiduo de las Sagradas Escrituras y al proyectar su gran obra se inspiró especialmente en este Libro de la Palabra de Dios, en especial en la visión del profeta Ezequiel –en el capítulo 47- y en la visión de la Jerusalén celestial que se encuentra en el capítulo 22 del libro del Apocalipsis. Esta inspiración bíblica del templo impresionó especialmente al doctor Albert Schweitzer cuando, en 1921, vino a Barcelona para la interpretación de La Pasión según San Mateo, de J.S. Bach, con el Orfeó Català, dirigido por el maestro Lluís Millet. El futuro Premio Nobel de la Paz y futuro apóstol de Lambarene, en África –que actuó como organista en la interpretación de Bach- visitó la Sagrada Familia acompañado de Millet y se confesó impresionado por la grandeza de aquel gran proyecto inspirado en la Biblia.
El tercer libro en que se inspiró es el de la Liturgia. Gaudí tenía como libro de cabecera el titulado L’Année liturgique, de dom Prosper Guéranger, eminente liturgista que fue abad del monasterio benedictino de Solesmes (Francia). Con gran sencillez y admiración, decía nuestro arquitecto que “la liturgia todo lo tiene previsto” y que “los colores de la liturgia romana no sólo manifiestan muy bien lo que cada uno significa, sino que también son limpios e inconfundibles y los más apropiados para ser vistos a distancia”. He de añadir que en la ceremonia de la dedicación, presidida por el Papa Benedicto XVI en Barcelona el 7 de noviembre de 2010, pudimos ver el Libro de la Liturgia en todo su esplendor, gracias en especial a la profunda piedad y al ars celebrandi de nuestro Santo Padre.
Esta riquísima inspiración creó el proyecto, y hoy bastante convertido ya en realidad, del templo de la Sagrada Familia, que la Asociación de Devotos de San José encargó su construcción a nuestro joven arquitecto. Esta basílica ha sido y es un gran signo evangelizador. Benedicto XVI, en la misa de dedicación se preguntó: “¿Qué hacemos al dedicar este templo?” y respondió: “Pienso que la dedicación de este templo de la Sagrada Familia, en una época en que el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios, como si ya no tuviera nada que decirle, resulta un hecho de gran significado. Gaudí, con su obra, nos muestra que Dios es la verdadera medida del hombre. Que el secreto de la auténtica originalidad recae, como decía él, en volver al origen que es Dios”. Esta obra suma de técnica, de arte y de fe, es signo visible del Dios invisible.
La belleza de la Sagrada Familia sabe hablar al hombre y a la mujer de hoy. Su presencia parecería que contrasta con la ciudad moderna y secularizada. No obstante, las dos realidades, el templo y las calles y edificios, conviven y no desentonan, al contrario – como afirma el arzobispo Rino Fisichella – parecen hechas la una para la otra. Aparece evidente, entonces, que la ciudad sin la iglesia estaría privada de algo sustancial, manifestaría un vacío que no puede ser llenado por ninguna otra construcción, sino por algo más vital que impulsa a mirar arriba sin desfallecer y en el silencio y la contemplación.
Gaudí se proponía evangelizar con su gran templo. Lo muestra el hecho de que, con esta intención, proyectara las tres grandes fachadas del Nacimiento, de la Pasión y de la Gloria, que son como tres grandes retablos con imágenes expresivas de la fe cristiana. Pero estos retablos no los coloca en el interior del templo, sino en las fachadas a la vista de todos, como en una versión nueva de las imágenes clásicas, calificadas como la Biblia pauperum, la Biblia de los pobres. Así, puso ante los hombres el misterio de Dios revelado en el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
El “arquitecto de Dios” muestra la intención evangelizadora, en las características torres y en sus inscripciones. Gaudí decía: “Estas inscripciones serán como una cinta helicoidal que se encaramará por las torres. Todos lo que las lean, incluso los incrédulos, entonarán un himno a la santísima Trinidad a medida que vayan descubriendo su contenido: el Sanctus, Sanctus, Sanctus que, leyéndolo, les conducirá la mirada hacia el cielo”. Como dijo Benedicto XVI, Gaudí fue capaz de “crear en esta ciudad un especio de belleza, de fe y de esperanza que lleva al hombre el encuentro con Aquél que es la Verdad y la Belleza misma”.
La riqueza simbológica, bíblica, teológica y litúrgica, motiva que se haya dicho que la basílica es como la Summa Theologica de Santo Tomás de Aquino trasladada a la arquitectura. Es bien conocida la entusiasta afirmación del nuncio de Su Santidad en España, Francesco Ragonesi, que después de escuchar de labios de Gaudí las grandes líneas de su proyecto, le dijo: “¡Usted es el Dante de la Arquitectura, y su trabajo es el más excelso poema cristiano escrito en piedra!”.
Pocos días después de mi retorno a Barcelona, una vez concluido el Sínodo sobre la nueva evangelización, el domingo 11 de noviembre, tuvimos en la basílica de la Sagrada Familia, la eucaristía de celebración diocesana del Año de la Fe y de acción de gracias a Dios en el segundo aniversario de la dedicación. Contemplando aquellas esbeltas bóvedas y recordando la histórica dedicación mi espíritu se sentía lleno de gratitud al Santo Padre por haber tenido con la archidiócesis de Barcelona la deferencia de aceptar mi invitación a venir a dedicar este templo. Mi sentimiento de gratitud se extendía al cardenal Gianfranco Ravasi, que en dicha basílica, clausuró el esfuerzo evangelizador denominado “Atrio de los Gentiles”; al arzobispo Rino Fisichella que, al convertir la Sagrada Familia en el icono del nuevo dicasterio que dirige, nos ha impulsado a poner esta obra al servicio de la evangelización; y a la entera Iglesia de Roma, que acogió con tanta admirada benevolencia la histórica exposición en el Vaticano sobre Gaudí y su obra más emblemática.
Durante las sesiones del Sínodo, al escuchar las intervenciones de los padres sinodales, recordé en no pocos momentos a nuestro gran arquitecto, en especial cuando se referían a la llamada via pulcritudinis, el camino de la belleza para abrir a los hombres el camino del encuentro con Jesucristo y su Evangelio en la Iglesia. Quiero pensar que pueden considerarse como especialmente dirigidas a Gaudí estas afirmaciones del mensaje final del Sínodo referidas a los artistas: “En el arte en sus variadas formas, desde las más antiguas a las más recientes, en cuanto tiende a dar forma a la tensión del hombre hacia la belleza, reconocemos un modo particularmente significativo de expresión de la espiritualidad. Estamos especialmente agradecidos cuando sus bellas creaciones nos ayudan a hacer evidente la belleza del rostro de Dios y de sus criaturas. La vía de la belleza es un camino particularmente eficaz de la nueva evangelización” (Mensaje final al Pueblo de Dios, n. 10).
Esta “vía de la belleza” es el camino que invita a seguir la basílica de la Sagrada Familia a millones de personas que la visitan cada año.