¡A Dios le gusta la novedad!
Cerrarse a la novedad que proviene de los signos de los tiempos, a través de los cuales Dios también se revela, es negar que nuestra vida y sus costumbres necesitan una renovación constante

Blog del Obispo auxiliar Sebastià Taltavull
Es por meditarlo profundamente y asimilarlo con convicción. Cerrarse a la novedad que proviene de los signos de los tiempos, a través de los cuales Dios también se revela, es negar que nuestra vida y sus costumbres necesitan una renovación constante. Antes de hablar de la necesidad de un anuncio explícito, el beato Pablo VI hacía ver la importancia de un testimonio sin palabras. Se refería a la irradiación de una vida de fe sencilla y espontánea llena de aquellos valores que van más allá de las corrientes, que proyectan hacia lo que no se ve y llena el corazón de esperanza.
Esta proclamación firme y eficaz de la «novedad» del Evangelio, que ha esparcido sus semillas y pueden crecer y desarrollarse en cada persona y en cada comunidad, crea profundos interrogantes y llama a ser testigos de esta innovadora verdad.
Proclamar la novedad del Evangelio -lo dice el mismo beat Pablo VI- «es un paso complejo y con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado ».
El papa Francisco acaba de decirnos en la clausura del Sínodo que «¡Dios no tiene miedo de las novedades! Por ello, nos sorprende continuamente, mostrándonos y llevándonos por caminos imprevistos ». Nos renueva, es decir, nos hace siempre «nuevos». Un cristiano que vive el Evangelio es «la novedad de Dios» en la Iglesia y en el mundo. Y a Dios le gusta mucho esta «novedad».
Lo que nos pide es que en toda misión pastoral abandonamos el cómodo criterio del «siempre se ha hecho así» e invita a ser audaces y creativos. Es un placer dejarnos contagiar por el ánimo que nos transmite y por el ardor evangélico con que está guiando la Iglesia.
Será la «novedad» del Evangelio la que debe abrir los ojos y el corazón de los que, en estos momentos, lo esperan de nosotros. No nos cansaremos de decirlo, hay mucha sed de Dios a nuestro alrededor, sed de justicia, de transparencia, de verdad, de unidad y de amor. Debemos ser capaces de detectar y hacer lo posible para que sea assaciada.